Hace algunos siglos, existió una inteligente mujer, quien además fuese la reina más hermosa en gobernar un inmenso y rico territorio. Sus días estaban llenos de incontables obligaciones, reuniones, ires y venires que la tenían sometida a una presión incalculable y agotadora.
Pero si sus jornadas diarias la estaban debilitando, sus noches no podrían ser peores, con tanto que pensar y con tantas responsabilidades no lograba conciliar el sueño y la pasaba en vela dando vueltas en su cama sin hallar la tranquilidad.
Se descompensó tanto, física y mentalmente, que sus asesores más cercanos, convocaron a médicos, magos y chamanes para solucionar todas sus alteraciones y de manera pronta. Pero a pesar de la presencia de los más renombrados, más prestigiosos y con más reputación, de reinos cercanos y lejanos, no hubo planta, medicamento, ni poción que pudiera ayudarla.
La reina entonces tomó cartas en el asunto y mandó a publicar un edicto real en el que anunciaba que con el hombre, que mediante una técnica o método sencillo lograra sanarla, se casaría, para al fin darle a su reino, el rey que tanto anhelaban.
Probó docenas sin éxito y cuando ya estaba perdiendo la fe, un hombre de apariencia extraña jamás visto por allí, llegó hasta la reina para hacerle dos preguntas con la que estaba seguro que se curaría. Intrigada la mujer, le permitió al desconocido formular sus interrogantes.
-Con todo respeto majestad, quisiera saber ¿qué ha pasado con su padre?-.
-¿Mi padre?. - Piensa la reina, -Mmm, no se sabe nada de él desde hace 20 años, desapareció en un combate.-
-¿Cree usted que él ha muerto?, puntualizó el extranjero,
A lo que la soberana replicó: -Si, después de tanto tiempo estoy segura.-
-Entonces gran dama- concluyó el forastero, esta misma tarde, pida a sus carpinteros que le fabriquen un féretro, y cuando esté listo, en un pergamino de piel mande a grabar el nombre de su padre, su fecha de nacimiento y la fecha de hoy. Colóquelo dentro y cierre la tapa. Haga una ceremonia religiosa, llórelo, dígale cuánto lo amó y luego de la orden que le entierren y le fabriquen una lápida.
Su excelencia que ya había intentado tantas cosas y con tanta incredulidad, esta vez no dudó en seguir las directrices del hombre y las siguió una a una hasta el final. Esa noche la mujer cayó en un profundo sueño, oscuro y lleno de laberintos que caminó sin miedo hasta encontrar una pequeña vela encendida sostenida por su padre, quien al verla le dijo: -Hija mía gracias.
Después de eso la reina recobró la cordura, la salud y la paz que necesitaba, eso sí al lado del hombre que la había rescatado de la incertidumbre y que resultó ser un filósofo llamado Bruno el observador venido de la tierra de los antiguos lagos.
-Lapuente