Cuando lo ví por primera vez, me gustó... guapo y con estilo. Intercambiamos palabras y noté inteligencia y humor. Desde entonces nos ofrecimos mutua compañía con la cautela que obedece a previas decepciones amorosas. Lo tomamos con calma, sin ninguna presión y empezamos nuestro camino, juntos. Paseábamos de la mano de igual a igual, nadie adelante, nadie atrás y así la confianza se fue magnificando, era un verdadero gusto poder "ser".
Luego sin entender qué misterio nos ataca o nos corrompe el pensamiento, quién se acerca para llenarnos la cabeza de basura, cuándo la vida toma un giro fallido, nuestro andar se transformó, de pronto él era el amo y yo... como una cachorra con cadena o como una yegua con estribo que había que reprimir para que no anduviera por doquier, para que no mirara sino hacia adelante o simplemente para que no hiciera nada más sino aquello que el "ser supremo" considerara necesario.
Mi alma se resintió, ¿cómo era
posible ser otro en cuestión de horas? ¿Cómo un humano cualquiera desea a toda
costa tener el don de la omnipresencia? Mis
días se convirtieron en un caos absoluto, con la mirada permanente y vigilante,
con la llamada celosa que debía contestar, con el mensaje de advertencia que me
llenaba de zozobra. Y sí, ese mismo que me gustó, ese guapo con estilo,
inteligente y capaz, criado en una familia “aparentemente normal” y sin ninguna
escasez económica, se reveló como un monstruo carente de autoestima, dispuesto
a abusar de mí en nombre del amor.
Por mi propio bien y con apoyo de
mi familia, me empecé a distanciar, a cerrar algunos canales de “comunicación”,
dispuesta a continuar mi camino sin pareja, recobrando mi vida y mi espacio,
pero fue allí cuando atacó con todas las fuerzas, me persiguió, insistió y me
hizo sentir miserable, me puso en contra de mis amigos, me fue volviendo
añicos. Mis padres intervinieron, hicieron uso de un dialogo sincero y
manifestaron preocupación, quisieron mostrar de manera amorosa que esas no eran
las maneras y aunque hubo reacciones inesperadas y respuestas descontroladas,
por algún razón benévola, por alguna especie de sensatez que habita en lo más
profundo del corazón, él... frenó su carrera desenfrenada y se apartó.
No puedo todavía decir si estoy
libre del todo, parece que conté con suerte, pero sí agradezco el abrazo de mi familia
que me rodeó en estos momentos tan absurdos. Ahora bien… a ese hombre hermoso al principio y nefasto al
final, le pido que se ayude de un profesional, hay cosas que debe entender de sí
mismo para sanar, para adquirir, a fuerza de conciencia, la autoconfianza necesaria y sobre todo para que con terapia nunca más haga padecer a otra
mujer. Y lo digo porque fui yo quien recurrió a un psicólogo
cuando era claro que quien lo necesitaba andaba por el mundo jactándose de ser
el modelo de macho a aplaudir.
Como mujer, de lo cual estoy
orgullosa y plena, siento que de todo aprendemos, que las experiencias nos
forman y no queda más que seguir a pesar de las adversidades, pero eso sí siempre con un halo de incertidumbre.
Lapuente
Basado en cientos de historias de mujeres