Diluyéndome en ella

Llegué a la conferencia y había poca fila por lo que rápidamente recibí la credencial de ingreso al gran salón.  En el sitio, a media luz y con una gran pantalla, el equipo técnico comprobaba el sonido y hacía los ajustes pertinentes de varias cámaras desplegadas desde todos los frentes. Caminé por el pasillo, quería sentarme adelante para no perderme de nada. La segunda línea estuvo perfecta. Entré en ella y me ubiqué en la mitad.

Envié un Whatsapp a mi esposo avisándole de mi llegada al hotel. Le pregunté por los gemelos y me respondió que estaba a cargo de ellos y que lo que quería era que yo disfrutara del momento. Hacía seis meses que no salía sola de casa. Me encontraba totalmente abrumada por la maternidad y me estaba comiendo todos mis sentimientos, así que aprecié su gesto de apoyo liberándome por un rato de tanta responsabilidad.

Me puse los audífonos para escuchar música relajante. Por el pasillo de la derecha alguien ingresó y se dirigió hacia donde yo estaba. No podía distinguir bien, tenía el pelo corto y usaba un abrigo largo, pero solo hasta que estuvo cerca, me di cuenta de que era una mujer. Se sentó a mi lado y me saludó. Me retiré los audífonos y le respondí. Con un acento extranjero, me hizo saber que se llamaba Leah, y que estaba ansiosa por conocer al conferencista de quien era su más ferviente admiradora.

Las pruebas técnicas terminaron, se retiró el personal, encendieron luces y hubo un dejo de música de fondo que sirvió de preámbulo para que la gente se terminara de ubicar. Leah tomó su celular y mientras que lo revisaba, la miré con detenimiento y me pareció increíblemente atractiva. Tenía una apariencia andrógina deslumbrante como un ángel. El estómago se me revolvió con su presencia. Ella lo percibió; vio que yo la analizaba sin ninguna vergüenza y sonriente preguntó mi nombre. La voz me tembló al contestarle, ella guardó su teléfono y tomó mi mano apretándola suavemente.

Me sorprendí al no evitarla y me quedé allí aferrada sin decir nada hasta que la música se silenció. Las luces rojas de las cámaras se activaron. Todo se oscureció menos una luz del escenario que apuntaba hacia el gurú, quien ingresaba triunfal desde el bastidor.  La gente se puso de pie aplaudiendo, gritando y ovacionando al místico, como si fuera un dios, pero Leah y yo seguíamos inmóviles. No había en nosotras conmoción por el iluminado que había llegado de oriente, sino porque un extraño mundo de sensaciones recorría nuestros cuerpos.


En la oscuridad del auditorio, Leah pasó su brazo sobre mí y yo sin pudor me acomodé en su pecho. Olía delicioso y su calidez me sobrepasó. Cerré los ojos, sentí su piel en mi rostro, se la besé. Pasé mi mano por su pierna mientras que ella acarició mi espalda y el placer nos envolvió, tuve que respirar profundamente para no perder el control. Estaba poseída por una fuerza inefable que de repente se truncó con mi conciencia. ¿Qué es esto? pensé… y todas las cartas del juego se desmoronaron.

Me puse de pie abruptamente mientras que el gurú, en posición de yoga, convocaba a algún voluntario del público para acompañarlo en la meditación. El reflector se dirigió hacia mí y no tuve más opción que aceptar su llamado. El corazón me latía a mil, sudaba y caminé algo errática hasta el escenario. 

El místico señaló el espacio al frente suyo para que me sentara y notó que mi cuerpo temblaba. Me pidió que me tranquilizara y que cerrara los ojos.  Tocó con un dedo de su mano mi entrecejo y como absorbida por una aspiradora, entré a otro plano, a otro nivel, a otra realidad pero llena de bruma. Allá al fondo, la figura de Leah aparecía desdibujada.  Caminé hasta que fue totalmente nítida, la abracé y me diluí en ella y toda la energía se volvió de un solo tono. Después no supe más de mí.

Abrí de nuevo los ojos en una habitación, al lado mío yacía una enfermera. Saludó amablemente y quiso saber cómo me sentía. Me incorporé aturdida sin contestar y noté que me aplicaban suero. Por la ventana el ocaso anunció que habían transcurrido varias horas.

-¿Qué pasó?, pregunté.

-De veras...¿No se acuerda?

-No.

-¡Ay querida! la conferencia donde estuvo "dizque fue un caos", me dijo. -Supimos que mientras usted convulsionó en el escenario y quedó inconsciente al lado del místico, en el auditorio una mujer cayó al suelo. Detuvieron no solo el evento sino al tipo y las dos fueron traídas en ambulancia hasta el hospital. Usted ha tenido suerte, fue un bajón de azúcar, pero la otra dama no lo logró.

-¿Cómo que no lo logró?

-Falleció de camino hacía acá. Tuvo un ataque cardiaco y… ¿sabe? resultó ser una funcionaria de la embajada de Noruega, acabadita de llegar a nuestro país ¡pobrecilla venir a morir así!, tan lejos de su tierra. Pero usted no se afane, queremos que esté estable para que le responda unas preguntas a un fiscal, que por ahora está conversando con su esposo allá afuera.


@Lapuente

Imagen: Galatea de las esferas de Salvador Dalí