Héctor acabó con nuestro matrimonio mientras que yo soñaba.
¡Si! Yo soñaba que remaba en una barca por un inquieto y turbio mar. De la nada apareció otra embarcación con mi marido a bordo, sentado en un travesaño. Llevaba un farol con una luz queda en su mano. A escasos centímetros de que las barcas se rozaran, el agua se calmó y escuché la voz de Héctor que decía: “Meridiana… mi cuerpo en posición de loto está en el templo, allí será cuidado por los discípulos del swami. En el plano terrestre no tengo nada que aportarte. Elijo este estado meditativo pleno de dicha, hasta cuando me indiquen que es tiempo de cruzar el túnel. Haz de cuenta que me he muerto y no intentes hacerme cambiar de parecer”.
Desperté
sobresaltada. Alcancé el vaso de agua de mi mesita y tomé unos sorbos con la angustia de siempre. Solo Yamil logró tranquilizarme por unos segundos con su
ronroneo cariñoso. Lo acaricié mientras que susurré en su oreja: -Debo
comunicarme con Héctor… Luego pensé… "¡No!... Se lo prometí. No voy a interrumpir
su práctica en el Ashram. Faltan solo dos días para que nos podamos poner en
contacto de nuevo". -Pero Yamil…le dije mirándolo a los ojos ¿Tú crees que este majadero sería capaz de
abandonar a los niños, a mí, a ti y todo lo que hemos construido? ¿Eso es ser espiritual? ¡Ja!
Respiré
profundo y me esforcé por relajar mi cuerpo pero eso solo aumentó la desazón. A
las seis de la mañana y como de costumbre, la empleada entró a la habitación
para recibir mis instrucciones: -Baña y alista a los chicos para la escuela, le
dije, -Prepárales su desayuno, llévalos
al paradero del bus, pero ante todo y ya mismo dame algo para “descansar”. Estoy
indispuesta.
-Señora,
¿Quiere las gotas naturales? O… ¿ese medicamento fuerte que le dieron la vez
pasada? preguntó. -¡Ese!… ¡el fuerte!, le
insistí.
La
dosis que usé para la ansiedad de hacía unos meses fue de media porción diaria,
pero ese día decidí tomarme tres pastillas. Quería rápidamente volver a dormir para encontrarme
con Héctor.
Y heme
allí en la espesura de un nuevo sueño, atravesando un laberinto intrincado
cuando un monje sale a mi encuentro.
– ¿Qué
hace aquí? me pregunta.
-Busco
a mi esposo. Ya no quiere volver conmigo, se va a quedar en
este lugar hasta cuando muera.
–Es
cierto y debe respetar su voluntad.
-¿Cómo?,
¡No! Tenemos muchos planes.
-Usted
los tiene, él no. Cuidado con el karma.
El monje
me da la espalda para retirarse y yo cargada de rabia lo detengo con un grito:
– ¡Espere! No mi iré hasta que mi deseo se haga realidad.
-Y… ¿Cuál
es su deseo?
-Que el
alma de mi esposo habite el cuerpo de Yamil. Así siempre estará conmigo. Es mi
derecho.
-¿Su
derecho? ¡Ja! cuidado con el karma, insistió.
Hoy despierto así no más, escuchando el reclamo de un hombre que me instiga:
-Intento de suicidio, ¿no?, me dice.
Para mi desgracia es el mismo
asqueroso psiquiatra que me había tratado la ocasión anterior.
-¡No!, le
grito llena de ira -¡Solo quería ver a mi
esposo!
-Sí… ya sé que Héctor está en el Asham meditando. ¡Respételo por favor! ¿Acaso eso no fue lo que acordaron? ¿Encontrar alternativas para reducir el estrés y salvar su matrimonio?
-Sí…
pero es que piensa abandonarme y debía impedírselo en el plano de los
sueños.
-¿Y lo
logró? porque lo único que yo veo aquí es que usted tuvo una peligrosa sobredosis
de hidroxicina, capaz de producirle hasta la muerte.
-No… ¡No
logré nada! Igual usted no puede comprender ni un poco lo que me sucede.
-¿No? y
entonces ¿por qué he dado la orden de traer a su gato?
-¿A Yamil?
¿Por qué?
-Porque
usted dormida repitió su nombre cientos
de veces y es probable que su presencia la tranquilice ¿Ahora se da cuenta que pienso en su bienestar?
Abren la puerta de la habitación y mi padre aparece con Yamil en una manta. Al gato se le dilatan las pupilas, se le eriza la cola. Enseña sus dientes, gruñe y emite un sonido agudo y doloroso. Inesperadamente salta sobre mí, me muerde, me rasguña, me araña. El médico trata de atraparlo y recibe un zarpazo en el brazo. No habiendo nada en una habitación de una clínica mental, a mi padre no le queda más remedio que quitarse su zapato y darle al gato en la cabeza. El animal cae aturdido. Papá le tira encima la manta para neutralizarlo. Yamil escapa tambaleante, se enreda con los cables del monitor que cae sobre la toma, apagando la luz.
Siento
ligeramente las heridas abiertas y la sangre que fluye por mi cuerpo, pero es
peor el ensordecedor ruido de los latidos de mi corazón mezclados con los de
Yamil. En medio de la oscuridad veo una
barca que se acerca, allí está Yamil con sus ojos rojos, sentado en un
travesaño y acompañado de un farol. Me grita: -Meridiana ¡libérame estúpida! ¡Esto
te saldrá muy caro! ¡Me voy a vengar de
ti! No puedo responder porque la luz se enciende de inmediato. La enfermera le
pasa una jeringa al médico. Este, sin pensarlo dos veces, inyecta con una
sustancia al gato que está acurrucado en posición de ataque. Yamil queda
inconsciente tendido en el piso.
-¡No lo
mate!, le digo, ¡Es Héctor… déjelo en paz!
-¡Meridiana!, ¡Calladita!...
su condición es terrible y está hablando incoherencias, dice el médico totalmente
irritado. -La enfermera limpiará esas heridas. Tendré que sedarla. En lo que
respecta al gato, no morirá, pero no sé qué efectos tendrá la
dosis de tranquilizante que le puse. ¡Lo siento! fue muy mala idea traerlo.
-¡Usted
es un cretino! No deje a la deriva al
gato. ¡Papá!… llévalo a casa por favor. ¡Héctor me va a dejar si no lo salvas!
-Hiiiija mi amorrrr, dice mi padre con un tono suave y odioso. -Necesitas dormir para
reponerte. Dormir es la solución.
-No
quiero dormir más papá, ¡no quiero!… ¡Papáááá! y de repente una mascarilla obnubila mi mirada.
@Lapuente
Fotos tomadas de internet