Después de que llegáramos de trabajar, la madre de mi único hijo preparó la cena y me la sirvió. Transmitirían después un partido de fútbol de la final española, por lo que me dispuse en el sillón a reposar, con una buena cerveza helada. Justo cuando empezó, “la señora” se atravesó tapando la pantalla y se le ocurrió que en ese momento teníamos que hablar. Faltaba más esta desfachatez. Tuve entonces que recriminarle su osadía, más insistió que era serio, que era sobre Andrés.
Bajé el volumen con el control, mientras que ella se hacía a un lado y con un gesto le di la palabra. -Hace unos días, me dijo con la voz muy baja, -Andrés me confesó que era homosexual y estoy dispuesta a apoyarlo en todo su proceso. Pero además su pareja…
Yo la callé con una mano, me quedé sin habla y con la otra mano me eché
la bendición. La cena, el partido, mi cerveza y mi vida se desfiguraron y
sentí una repugnancia por la posición que decidió asumir, hasta ese momento la
que era… “mi mujer”.
Hice un
par de maletas y metí en ellas todo lo que más pude ante su extraña mirada
impasible y antes de salir le hice saber que nunca más ni ella, ni Andrés,
contarían conmigo y que me avergonzaban tanto, que tendría que irme a otra
ciudad donde nadie me conociera. No mostró ni un poco de arrepentimiento la
descarada, ni suplicó como en otros momentos lo hiciera. Se metió en la
habitación y cerró la puerta.
Desde el hotel donde pretendía pasar la noche, llamé a mi santa madre y le puse al tanto de la situación. Lloró porque el “niño se había descarrilado” y por supuesto yo le dije no era mi culpa, al fin y al cabo quién consentía al muchacho, quién le secundaba todo, quién lo dejaba caminar por la senda del mal, su nuera ¿no?
–Tenemos que salvarlo, insistió mi mamita,
-Mañana a las seis de la mañana, citaré en tu apartamento al pastor para que hable con el
niño y lo haga entrar en razón.
A la
hora indicada y frente a la puerta del que fue mi hogar, me encontré con mi madre quien hizo
sonar el timbre antes de que yo metiera la llave. El pastor llegó corriendo por un supuesto
trancón y luego preguntó por qué estaba allí. Andrés abrió la puerta, ya listo
para ir a la universidad. Al vernos palideció. –Abuela, papá, Abel, qué pasa. –¡Respeto! dijo mi madre, ningún “Abel”. Es el “Pastor Ruiz”. Venimos a
enderezarte mijo, en el cielo no hay cabida para los homosexuales, ¿verdad
pastor?… ¿Pastor?
Andrés
con ese aspecto femenino propio de los suyos,
dio un paso al frente y abrazó a su abuela y luego mirándome dijo: –Abuela, Papá… tal vez no
lo sepan aun, pero Abel y yo somos pareja. Como buen hombre de Dios que soy y
lleno de su fuerza infinita, me abalancé hábilmente sobre el pastor y le
propiné sendos golpes. Andrés trató de evitarlo pero a él también le di por
inmoral, incluso la atea de su mamá se asomó y se llevó también lo suyo. Lo milagroso
fue que mi santa madre me animó a
seguir, gritándome… “¡Eso mijo!, si no es por las buenas será por las malas”.
Y ahora aquí por ley terrenal… me acusan de agresión a ¡mí!, un padre cumplidor de los deberes, que jamás falló con la comida, con la ropa o con la oración. La justicia divina me absolverá, mientras que todos estos idiotas arderán en el infierno. ¡Ya verán!
@Lapuente