¡Dios me perdone!


Se me ocurrió comprar cinta de enmascarar en el primer chuzo que encontré y así pude sellar la caja… ¡Es que tenía una reunión urgente! 

Le supliqué a mi primo que se la llevara a mi hermana al aeropuerto; ¡hasta le presté mi moto! pero cuando el bobo llegó a la entrada nacional, la cinta cedió, la caja se esfondó y el cofre de vidrio con las cenizas cayó al piso y se explotó.

Ahí sí, las señoras del aseo de “El Dorado” corrieron a recoger “dizque la mugre”… ¡Qué pecado con el bisabuelo! y en un minuto aspiraron el polvo y recogieron los vidrios, mientras que mi primo les suplicaba que se detuvieran. ¡Pobre tipo!

Cuando mi hermana me llamó llorando por la doble pérdida, yo ya estaba en la reunión y solo atiné a decirle: ¡Perdóname Adriana, te juro por nuestro antepasado que “la próxima vez” compraré una cinta buena en Homecenter! 

¡Dios me perdone!

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