Crónica entre veredas


Video tomado el 6 de agosto de 2023.
Algunas universidades y colegios de calendario B, todavia estaban de vacaciones.

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Entre semana, cada día salgo a las 6:30 de la mañana en el auto para llevar mi hijo a su colegio y así, empieza mi calvario.


Vivo en Chía, municipio de Cundinamarca que colinda con Bogotá.  El otrora pueblo campestre y tranquilo, el vividero delicioso y natural, ahora por la ambición de gobernantes y constructores se transformó en cuestión de pocos años, en un adefesio infestado de conjuntos residenciales y edificios sin ninguna planeación ni presente ni futura.

Los caminos vecinales y rurales de doble vía, de 8 de las 9 veredas existentes, fueron pavimentados para luego descargar sobre ellos y sin ningún doliente, cientos de vehículos que salen temprano de sus condominios, sumados a los cientos que ingresan para evitar los trancones de las variantes que los circundan.

Al iniciar mi recorrido en la Vereda Cerca de Piedra, pasando por Fonquetá y terminando en Tíquiza, Cuatro Esquinas,  hay no menos de 10 conjuntos, mínimo de 30 casas cada uno, donde antes había fincas disgregadas; 6 colegios y un jardín infantil, cuyos alumnos se transportan en bicicleta, caminando o en buses escolares, 5 rutas de transporte urbano y unas 4 panaderías que abren sus puertas para atender la demanda de los madrugadores.

Con semejante tráfico tan pesado, se cuentan más de 100 huecos que algunos lugareños eventualmente rellenan con escombros y hasta puntillas, terminado por destruir las llantas de los vehículos y empeorando el problema.  ¿La solución?... Chapucear con recebo cuando hay eventos que ameriten parchar las calles para que se pueda tomar la foto y publicarla en las redes sociales.

Todos los actores de esta gran obra matutina (vehículos, motos, buses, camiones de proporciones gigantescas, bicicletas, transeúntes, una que otra vaca y decenas de perros callejeros), tenemos que transitar por la misma carretera. Los conjuntos en sus frentes no construyen andenes sino que siembran eugenias para cumplir la promesa de venta "Casas campestres". Los garajes de las casas terminan en el borde de la calle y para defender sus puertas de los rallones de los carros, sus dueños ponen tremendas piedras que son un peligro inminente.   Los vallados que reciben las aguas lluvias y que evitan las inundaciones limitan el camino.

Al final es una guerra de intolerancia donde no se respeta la vida y cuyo único objetivo es llegar al destino sin importar llevarse a alguien por delante. En un trayecto que normalmente  demora pocos minutos,  fácilmente los días  donde universitarios, colegios A y B y trabajadores, entre otros coinciden, puede tomar 25 minutos. Además que en los colegios de la zona y de Chía en general  la llegada de los niños en el medio de transporte que sea, forma insoportables trancones que no mejoran hasta que ingresan a las instituciones.

Cada mañana que llevo a mi hijo tengo angustia en mi corazón y me sumerjo en el caos, empujada por la necesidad y por la increíble presión de la gente que llegó a Chía a inyectarle una dosis de  vorágine capitalina. No hay marcha atrás, ni espacios, ni fórmulas… sólo la ambición de la que hablé, la de los gobernantes y constructores que nunca nos pensaron en comunidad si no que pasaron por encima de ella, llenándose los bolsillos de dinero con el que se puede comprar, esa casa, esos autos y esa finca, pero mejor lejos de la caótica Chía.


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