Yo, la más común de las comunes, subía con el corazón en la mano por las resbaladizas escaleras rumbo a la Valvanera. Jadeaba y sudaba como un caballo al lado del "Pulgas", el canchoso que rescaté en la variante. Me apretaban los tenis de mi hermana y sentía ampollas en los dedos.
Tú en cambio, todo exótico y bien hecho, bajabas con tu fino perro siberiano, con tus audífonos bluetooth y tu sudadera importada.
De repente, tus ojitos azules se posaron en mí y en mi escuálida figura. Me tragué el dolor en todo el cuerpo y orgullosa, fingí ser una deportista profesional trotando con estilo. Dejaste que pasara por tu lado y sonreíste… Tan bonito con esos dientes blancos y perfectos.
-Nena si tienes sed te invito a un juguito de naranja en el puesto de la señora de allá abajo.
Con un chiflido llamé al Pulgas sin dudarlo y luego me uní al man como si lo conociera de toda la vida.
-Hola soy Andrés ¿y tú?…
-Soy Karen…
Qué emoción tan brava, dos mundos distantes mezclándose, en la fría mañana chiense. Sin más nos tomamos de la mano y bajamos tranquilos por las escalinatas de piedra. Los dos estábamos en décimo grado. Él, en un colegio de élite y yo, en el departamental. Los dos con padres separados, los dos con madres trabajadoras, ella psiquiatra y mi mamá conductora de camión. Los dos nacidos en Chía, los dos lectores de Mario Mendoza, los dos animalistas y los dos anti redes sociales.
Ya abajo, doña Rosalba, amiga de mi casa, nos preparó el jugo porción doble, mientras me picaba el ojo al verme con semejante belleza. No nos cobró nada... ¡Super bacana la veci! pero nos echó ¡tantos piropos! que terminé más roja que un tomate.
Me acerqué al Andrew para darle un pico por la invitación, cuando tres de los cinco "hijuemadres" perros ferales que rondaban la vereda de Fonquetá, le montaron la perseguidera al siberiano. Lo corretearon calle abajo por el sector de la tienda artesanal y los otros dos se dieron la pela con mi Pulgas, subiendo por la montaña.
Salimos despavoridos sin decirnos nada, por rumbos diferentes para salvar a los perros. El dolor de las ampollas desapareció por la adrenalina cuando vi que el Pulgas resultó herido. Lo recogí llorando y alzadito, lo llevé hasta mi casa. Con mi hermana tuvimos que hacerle las curaciones al pobre animal, mientras le contaba lo de Andrés.
-¿Y tomaste su teléfono? me insistió mi hermana.
-No
-¿Sabes dónde vive?
-No
-¿Cuál es el apellido?
-No lo sé
-¿Y en las redes?
-No está…
Fui dos sábados seguidos a la Valvanera y para mi tristeza no lo encontré, pero el tercer sábado en los postes de la carretera, resaltaban los afiches con la foto del siberiano medio herido y una leyenda que decía:
Se buscan perros ferales en la vereda de Fonquetá, que atacaron a mi siberiano dejándolo herido de gravedad y busco también a Karen que la perdí y estoy más adolorido que mi propio perro.
Si los ha visto comuníquese al
320 2350871
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