El alma del río

Ese día, el río estaba extraño, bravo, sucio y maloliente. Yo lavaba tanta ropa y tendidos de cama contra las rocas y tenía que colar tanta agua en palanganas para que las prendas no quedaran turbias, que me dolían las manos y la espalda. Lloraba…¡Qué vida la mía! -pensaba- ¿Eso es todo lo que estoy destinada a ser? ¿Trabajar como esclava para la abusiva familia Domínguez, así como como mi madre que terminó tan mal?

Una cabeza salió de la mitad del río en un momento, mi corazón casi se detiene y grité soltando algunas prendas, que fueron arrastradas por la corriente. Luego apareció el cuerpo completo de un joven. Casi pisaba el agua y tenía cierto brillo angelical. Me persigné docenas de veces y me arrodillé suplicándole que no me hiciera daño. Después le pedí, no sé por qué, que me alcanzara la ropa que ya se estaba hundiendo, o si no me azotarían si la perdía.

El bello hombre, que extrañamente estaba seco, me miraba con ojos de bondad. 
-¿No me conoces? -habló con voz serena.-
-No mi señor, no sé quién es usted.
-Soy el ALMA DEL RÍO -me dijo, mientras su capa se movía con el viento.-
-Perdón señor pero nunca lo había visto.
-Todos los días que vienes aquí, observo cómo sufres pero también sufro yo por ti y por otros desdichados.
-¿Por qué señor?
-Porque al igual que ustedes, me tienen oprimido.
-No lo dudo, supongo que solo le echamos todas nuestras porquerías encima, ¿verdad?
-Por eso he venido a llevarte conmigo.
-No, no señor, no quiero ir con usted, entienda que tengo que mantener a mis viejos y enfermos padres que están ya casi aniquilados por los amos.
-Quiero que ellos también vengan. Los llevaré a una cascada inmensa que limpia todos los dolores dejando el alma cristalina.
-Mis padres están lejos señor y además qué haré con la ropa de los Domínguez, ¡me matarán!
-Tengo ciertas habilidades que me ha conferido la Gran Madre desde que dejé de ser humano. Puedo hacer cosas que ni te imaginas, no tengas ninguna preocupación. Ven conmigo, te liberaré.
-¡Tengo miedo!
-¿Quieres dejar ya tanto sufrimiento e incertidumbre?
-¡Si!
-Entra al agua y dame tu mano.

El río se calmó y de pronto estaba transparente, la arena amarilla, los peces nadaban a mi alrededor. Caminé hacia el joven, empapando mi falda larga, le di mi mano y me aferró hacía él de manera amorosa y respetuosa. Nos hundimos hacia las profundidades. 
-No cierres los ojos, observa.

Sentí, por todo mi cuerpo el dolor del río y el daño irreparable de los hombres. Entramos en un remolino y pegados a mí estaban mis dos padres, que me miraban con asombro aunque sus caras irradiaban luz. Todos permanecimos abrazados al ALMA DEL RÍO, preparados para caer por la cascada.

Una especie de consternación nos envolvió y el dolor desapareció. La caída libre iba sanando todas las heridas, los errores, los miedos y los pecados. Al llegar al final nos separamos y tomamos diferentes cursos. No miré hacía atrás pero las voces de júbilo de mis padres me tranquilizaron.

Fui de pronto absorbida otra vez por una corriente que me llevó al mismo lugar donde lavaba la ropa. Ahora yo era la NUEVA ALMA del río, testigo de la vida interior y exterior. 
La voz fuerte y femenina, supongo yo, de la Gran Madre, me advirtió: 
-Si quieres permanecer limpia como alma y como río, invitarás a los "humanos dignos" a pasar por la cascada, como lo hiciste tú, pero no será fácil. Entre más te acompañen, menos tiempo tardarás en liberarte para llegar por fin al mar.
A propósito… Gracias por liberar a tu hermano. 
-¿A mi hermano?
-Si, la antigua alma de este río era tu hermano, alguien de los Domínguez lo ahogó.
Ya no era el momento de sacar conjeturas, ahora yo era la responsable de este caudal.


Días después, mi cuerpo y los cuerpos de mis padres fueron encontrados sin vida en la caída de la cascada. Lo vine a saber porque don Jacinto Domínguez, leía allá afuera sentado sobre una roca, un periódico que anunciaba los “Tres nuevos suicidios de mestizos pobres e ignorantes”. 
El hombre se puso de pie y tiró el pasquín hacia mí, ahora convertida en río, después gritó con desdén: 
-¡Esta pícara miserable, con lo bien que la tratábamos y terminó por llevarse toda nuestra ropa con ella, sin ninguna explicación!

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