El JEFE DE LAS ESTRELLAS tan parecido a cualquiera, implantó un corazón sensible en el pecho del par de hermanos monstruos, de la tranquila vereda.
Les regaló a cada uno, un talismán de piedra azul celeste y un libro secreto y les advirtió tener cuidado y un infinito respeto.
Cada monstruo interpretó el obsequio a su manera, difundiendo el mensaje amañado lleno de miedos profundos e insondables barreras.
Y fueron tantas las diferencias, que los seguidores de cada engendro, también con corazones sensibles pero con mentes sin un solo pensamiento, se fueron unos contra otros en nombre de los mismos talismanes y del mismo libro secreto.
Cada grupo argumentó tener el poder y la protección directa del JEFE DE LAS ESTRELLAS y vio al otro inferior, decadente y digno de ser abatido, en la gestada querella.
En el campo, a punto de iniciar la batalla, los dos comandantes y sus grupos, se armaron con mazos de púas venenosas y se encomendaron al mismo JEFE, para que les concediera la victoria desde su tranquila posición, en la más lejana estrella.
El rebaño fanático de sus líderes, dispuesto a todo por complacerlos, miraba aún así con recelo, allí a lo lejos, a sus hermanos y amigos, otrora amados y bondadosos y ahora totalmente enceguecidos.
E inició la guerra, con los talismanes puestos, con los libros camuflados, con cánticos secretos y las púas de los mazos, envenenaron al pueblo, mientras los comandantes yacían rezando perplejos y dando órdenes y ánimo al pobre grupo desecho.
Todos iban muriendo y ninguno era más digno que el resto.
Caídos todos en combate, talismanes y libros regados por todo el campo dañado, los comandantes huyeron y el JEFE DE LAS ESTRELLAS tan monstruo como ellos, les envió una maldición que les oscureció la razón.
¡Oh JEFE DE LAS ESTRELLAS, tu juego es tan sanguinario como tu supuesto infinito amor!
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