Armas un mundo simultáneo tan infinito y sabio. Nosotros adentro.
Buscas la manera de mostrarte cuan hermoso eres, un privilegio para nuestro ciego corazón.
El Dios de Spinoza habita en ti y nos deleita con todas sus sublimes pinceladas matemáticas, que son música y plenitud.
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Ventanas, todas ellas transparentes, todas ellas con barrotes que soportan el peso, que son límite y acceso.
Ventanas sin salida que muestran y cohíben, que no impiden la luz pero sí, a ser atravesadas sin respeto.
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Ventanas, desde adentro conexión con el influjo de lo salvaje.
No permiten que olvidemos lo que de afuera nos llama, que se asoma porque quiere entrar y ser partícipe directo.
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Caminar, espacios para pasar. Inconsciencia, a veces, comunicación siempre.
Subir, bajar, correr, resbalar, con el alma inquieta, casi siempre atribulada, casi nunca dándose cuenta de los pedazos de ser que se incrustan por doquier, cuando se habita con sentimiento.
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Todo está en presente por más olvidado y viejo.
Todo es eterno en relación con nosotros. Pasamos pero no las cosas.
Están a nuestra merced, dependen de nuestro cuidado y de alguna manera corresponden a nuestra relación soportando o ajándose casi como un reflejo de nuestra interesada intención.
¿Las amamos, las queremos, las necesitamos?
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Nuestro asidero, nuestra protección, henos aquí cual almas con cuerpo, en un engendro supremo más enorme llamado vivienda, cuyo espíritu es la suma de los átomos que la componen, que la habitan, que la ansían.
A esta fragilidad humana que depende de todo lo que construye, que se encariña con sus creaciones, que se recrea en ellas, que se apropia del mundo que algún día dejará, solo le queda anhelar la seguridad de lo estático que de todas manera gira al mismo ritmo de la galaxia.
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¿Dónde empiezan y dónde terminan?
Son de otros mundos, ellos se mantienen abrazando el infinito. El fugaz contacto con lo humano es solo para recordar que están anclados, momentáneamente, en materia flexible y peluda, necesitada como todo lo vivo, de alimento y agua.
Su mirada se extravía en sombras y destellos que son mensajes codificados, que no se abordan con palabras.
Son todo y nada.
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Nuestro lugar en el planeta es caos y tranquilidad, física y química. Es el yin y el yang.
Es el ciclo que no acaba mientras que allí se arraigue la esperanza.
Es un pedazo de tierra cuyo valor no se estima en precio.
Está vivo, se mueve a nuestro ritmo, nos acaricia y abre sus brazos cuando nos ve, se entrega todo, se ajusta, se adapta.
El entorno, las ventanas, los parajes, las cosas, los techos, los pisos, los muros y los gatos, se ofrecen cual son y nos dejan como niños, ser sus dioses por un rato.
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