En noviembre del año pasado le pedí a mi madre un IPhone para navidad. Estaba con la fiebre de la producción de videos y con la idea en mente de que podría ganar dinero con mi talento. Sin embargo, me faltaba la herramienta principal. En mi concepto, mi Android no tenía lo que se necesitaba para lograr resultados de calidad.
Mi madre, aunque estaba pasando por un momento económico bastante bueno, se negó rotundamente, argumentando que era yo quien debía conseguir el celular y pagarlo sobre la marcha.
A mis 16 años pataleé literalmente como un niño y le armé show por no apoyarme con semejante idea de negocio que nos iba a "volver ricos".
-Le diré a mi tía que ella sí ve las oportunidades y no como tú, que a todo le encuentras problema. ¡Eres una pesimista!
-Ve y dile a ver qué te contesta. Espero que la respuesta sea tan sensata como la mía, -me increpó.
Como detestaba llamar a la gente por teléfono, terminé enviándole un mensaje por Whatsapp a la tía contándole todo el rollo más dramático y exagerado de mi "triste vida". Ella, por su parte, me dejó en visto. "Lo estará pensando" me dije, "mi tía no es como mi madre de aburrida, es fantástica y platuda".
En diciembre me senté a esperar mi regalo totalmente confiado. Me dediqué a ver videos y películas para encontrar todos los trucos de los expertos y desprecié mi teléfono por su obsolescencia, aunque no tenía mas de un año. Con la certeza del merecimiento, le fui desinstalando aplicaciones para dejarlo en ceros y regalarlo, una vez que tuviera el nuevo, al primero que pasara por ahí.
El 24 de diciembre, alrededor del pesebre que había puesto mi madre, ya había algunos regalos. Con lo poco que tenía en la cuenta de ahorros, salí a comprarle aretes a mi madre y a mi tía para que no creyeran que yo era un descarado, que solo pedía pero no daba. Al regreso, puse las diminutas bolsas entre dos chozas que se erigían en el sendero que conducía a la gruta donde iba a nacer Jesús. Ya el niño estaba puesto en su cuna con la virgen y san José. Era claro que a esta altura, no había nadie a quien engañar.
Ese día mi madre trabajaba hasta las seis de la tarde y cuando se dispuso a venir a casa, le llamaron del edificio de mi tía para avisarle que había saltado desde el sexto piso al vacío. Con mi celular guardado en su caja y apagado, mi madre tuvo que llamarme al fijo para avisarme y advertirme, que tal vez a las doce no podría llegar porque iba a estar al frente de toda esta tragedia. La noticia me devastó y me dejó con una sensación de desamparo y desilusión. Lloré por la pérdida y por mi estupidez.
A media noche la pólvora reventó y se escucharon las risas y la música de los vecinos. De pronto la cuna del niño Jesús empezó a vibrar mientras emitía un sonido de alarma. El muñeco se mecía y me comí la muerte del susto. Me acerqué al pesebre y debajo del niño, camuflado entre la paja plástica y el burro, un IPhone.
Lo tomé con las manos temblorosas, era la última versión pero no era nuevo.
Apagué la alarma y la pantalla me mostró la imagen de mi tía. Era su celular.
Lo revisé y estaba formateado menos el WhatsApp. Allí, mi ridículo mensaje infantil de los motivos por los que anhelaba un IPhone y la respuesta de mi tía que databa del 20 de diciembre:
"Querido sobrino si eso te hace feliz, te doy el mío que tiene dos meses de uso. Quiero desprenderme de todas estas nimiedades que me tienen confundidas las prioridades en mi vida. Estoy pensando en varios caminos que le den sentido a mi existencia, pero siendo sensata, me encantará más, ver tu sonrisa de alegría, cuando mi IPhone esté en tu poder. ¿Sabes por qué? Porque contribuir con tus sueños es lo único que ahora me importa. Te amo. "Sácale el jugo".
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