El mundo es un pañuelo

Llevaba tan solo dos meses en su trabajo cuando una noche en plena acrobacia, uno de los espectadores se atoró con la aceituna de un Martini. Sin dudarlo saltó del escenario y tomó al hombre por la espalda, apretando con fuerza su abdomen, hasta que el fruto salió disparado de su boca.

El tipo asustado empezó a recuperar la compostura mientras que Raúl, como si nada, subió a la tarima y continuó con su espectáculo.

En la madrugada, cuando se cerró el negocio, Raúl fue sorprendido por el distinguido hombre que lo esperaba en la puerta. Se presentó como Nicolás Torres y le agradeció por haberle salvado la vida. En señal de aprecio, como corredor de bolsa, le propuso que le diera sus propinas y él las invertiría, mes a mes, en las mejores acciones que hubiese en el mercado.

-¡Piénsalo!... y tranquilo, haremos todo legal y te entregaré siempre un balance de tus inversiones.

-¡Hagámoslo! le dijo Raúl confiando. Será un ahorro y una aventura para mí.

De eso, corrieron quince años, en los que juiciosamente todas sus propinas fueron puestas a disposición de Torres en la visita del cuarto jueves de cada mes, que él le hacía sagradamente.

Esa tarde, sin embargo, llegó mucho más temprano y le dijo que necesitaban hablar.

Se sentaron en una de las mesas del lugar, que a esa hora todavía estaba vacío y allí le explicó su situación:

-Raúl, tú eres mi cliente estrella y la compañía quiere que nuestros tres principales accionistas cierren el bootcamp de inversión en el Auditorio Central. ¿Me harías el honor?

-¿Yo? ¡Pero si eres tú el que ha hecho el trabajo!

-Yo solo he hecho una parte. Tú has sido estudioso del mercado de acciones y entre los dos hemos llegado lejos, además eres una persona cuyo perfil rompe con todas las expectativas del típico inversionista.

-¿Pero y qué digo?

-Solo di lo que eres y lo que se logra cuando se es consistente y constante en el tiempo.

-Lo haré por ti, aunque hablar no es lo mío.

La siguiente semana se llevó a cabo el mayor evento de inversión del país con bombos y platillos. Conferencistas de talla mundial y mucha gente deseosa de invertir y de conocer los métodos para volverse rico eran el pan de cada día.  Para cerrar la tercera jornada además de premios, regalos y autógrafos, todos estaban expectantes por las palabras de los principales accionistas y sus motivaciones.

El maestro de ceremonias anunció al primer accionista. Un tipo con varias empresas y una vasta carrera en la bolsa. Su discurso fue breve y lleno de datos y estadísticas. Eso sí, aplausos por doquier. El segundo, una mujer gerente de un banco, que a parte de su trabajo, se dedicó a invertir su dinero en las acciones más arriesgadas. Subió al escenario y agradeció a su corredor, lo mismo que a sus padres por haberla hecho estudiar en la mejor universidad del país y luego en Oxford.

Cuando el presentador anunció a Raúl Morales, las luces se apagaron y la música empezó a sonar. El hombre salió con un atuendo pegado al cuerpo, maquillaje teatral y empezó a hacer su baile. Se fue quitando las prendas hasta quedar con un diminuto bóxer que le resaltaba su tonificada y bronceada musculatura. Bajó las escaleras con sus zapatos brillantes de tacón y se introdujo entre el público, como parte de su presentación. Luego se dirigió hacía su corredor de bolsa, Torres, quien le puso entre el interior unos billetes y volvió a subir al escenario.

La gente lo miraba desde sus sillas, totalmente espantada, entre sus movimientos sexis y una pole dance impecable. Se apagaron las luces y el redoble de un tambor empezó a sonar. Un minuto después, salió de nuevo Raúl después de haber recobrado el aliento, ya con su traje formal y listo para dar su discurso.

El presentador, visiblemente molesto, comentó que esa situación le parecía inusual y se salía de todas las convenciones que regían un bootcamp de inversiones. Le instó entonces, de manera tajante, a que hablara breve y conciso.

-Hola soy Raúl Morales, bailarín en barra.  A Marlon Galván, el hombre del sonido, gracias por esa mezcla musical. Mi trabajo de más quince años, invertir mis propinas y mi corredor de bolsa, Nicolás Torres, me han hecho millonario. Pero señor presentador y amables asistentes no se escandalicen, porque veo aquí decenas de caras familiares. Sí, los he visto en el bar donde hago mi show. Sí, el bar que está dos cuadras de la bolsa de valores y sí, sus generosas contribuciones me han traído hasta aquí. El mundo es un pañuelo. Gracias.


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