Antes de que yo naciera se le apareció a mi madre en sueños,
mi abuela fallecida, para suplicarle que si tenía una hija no la dejara
contraer matrimonio jamás.
Por alguna extraña razón vine a enterarme casi a los 15 años
de ese misterioso episodio y entendí las razones por las cuales, desde pequeña,
mi madre me había aislado del mundo. Como hija única, en mi etapa de rebeldía
logré, una vez me gradué de la universidad, irme de la casa a trabajar a otro
país e iniciar una vida diferente.
Conseguí un trabajo en una multinacional y mi oficina
esplendorosa quedaba en un edificio emblemático lleno de gente y movimiento.
Por primera vez en mi existencia tuve muchos amigos y una vida social
aceptable. A los seis meses de estar allí, conocí a Maximiliano y en poco
tiempo fuimos inseparables hasta que me propuso matrimonio.
Decidí entonces usar el recurso de la virtualidad desde mi
diminuto apartamento para no tener problemas con las políticas de la empresa,
en cuanto a tener pareja en el mismo sitio de trabajo, pese a que un halo de
angustia me envolvió al verme de nuevo solitaria y con la posibilidad de que
algo me pasara si ignoraba el mensaje de mi abuela.
Con Max que vivía al otro lado de la ciudad, nos veíamos
solo los fines de semana y uno de esos sábados me acompañó, muy dispuesto, a comprar mi vestido
de bodas en una tienda de marca. Por adquirir el vestido enviaron a mi
apartamento un espejo de cuerpo entero que se sostenía solo y que tenía un
marco dorado muy elaborado. Lo ubiqué en mi cuarto, único sitio donde encajaba
por lo descomunal y al verlo allí me daba la sensación de estar en otro tiempo.
Faltando semanas para
la boda, a mi hermoso vestido blanco le apareció una mancha en la cintura. Lo
llevé a la tintorería y me lo dejaron perfecto, pero al siguiente día la mancha
apareció de nuevo y en otro lugar del traje.
Le conté a Max y regresamos a la tienda donde la administradora después
de dos horas de ir, venir y hacer llamadas decidió cambiármelo por otro modelo,
que también me había gustado.
No más llegar a mi apartamento y despedirme del paciente Max, al abrir
la caja para colgar el vestido, me di cuenta de que este también
presentaba una inmensa mancha. Eran figuras de olas que empezaban en el busto y
a medida que bajaban se acentuaba su color hasta volverse café oscuro.
Esa noche totalmente
desconsolada, comí algo ligero y fui a mi habitación para probarme el vestido.
El suntuoso espejo vintage, sin embargo, no reflejaba la mancha que yo sí me veía en el traje. Me asusté y me desvestí para revisarlo quedando en ropa interior. "Qué raro", pensé, ¿por qué no se ve la mancha en el espejo? Al acercarme a este me di cuenta de que ahora reflejaba mi piel blanca con pequeñas manchas negras, aunque no hubiese ni un solo rastro cuando me observé directamente.
- ¡Estoy alucinando! - dije en voz alta, -o acaso... ¿eres
tú abuela?
De pronto vi en el espejo que de mi cabeza empezaban a salir todos mis pensamientos terroríficos que daban vueltas por mi cuerpo como fantasmas y se introducían por diferentes partes de mi piel ampliando las manchas. A medida que se agrandaban yo iba desapareciendo en la oscuridad hasta que no pude ver más mi reflejo.
Desesperada lancé uno de mis zapatos de boda de
tacón alto sobre el vidrio para romperlo. Este, sin embargo, siguió derecho y
fue devorado por el espejo que había cobrado vida. Del miedo caí arrodillada al
piso, tapé mis ojos y escuché que el pesado objeto se arrastraba hacía mí. Como
pude salí de la habitación y luego del apartamento al corredor, para darme
cuenta de que ya me había alcanzado y me absorbía.
Ahora estaba dentro del espejo, pero en una antigua
habitación. Afuera se veía a mi abuela con su vestido de bodas puesto y en una
de sus manos un cuchillo con el que había acabado de asesinar a su padre, mi
bisabuelo. Su vestido manchado desde el dobladillo hasta el busto fue
arrebatado por su madre, la bisabuela.
-¡Mamá mi padre me ha violado! le gritó la joven, pero su madre solo atinó a llevarse
el traje, lavar las manchas y secarlo con una inmensa plancha a vapor. Entre
las dos tomaron el cuerpo sin vida del hombre y lo ocultaron en una caleta de
la casa hecha para resguardarse de cualquier peligro.
Así la abuela se puso su vestido y se encaminó a la iglesia.
En el antiguo auto la bisabuela le hizo jurar que jamás dirían nada
a nadie sobre lo ocurrido con el bisabuelo "Maximiliano Almeida".
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