El 26 de diciembre de 2021 despertamos sin sospechar lo que vendría. Si bien, al tío Beto, le iban a hacer una cirugía de urgencia porque le estaba entrando mucho aire al cerebro y le estaba saliendo de su nariz, líquido céfalo raquídeo producto de una intervención llevada a cabo seis días antes, nada, ni los médicos que lo atendían, nos hicieron sospechar que ya estaba demasiado grave.
Nos dijeron que era una cirugía menor, y que tendrían que mantenerlo sedado para que el cerebro se recuperara por completo.
Así toda la familia estaba a la expectativa pero totalmente tranquila y con la creencia de que todo saldría bien. Hacíamos planes de quién recogería al tío en la clínica cuando le dieran de alta, recordábamos que estaba pendiente otra cita con otro especialista y hablábamos de que la noche anterior, se había comunicado vía Whatsapp con sobrinos y hermanos para decir que le dolía mucho la cabeza y que estaría atento a la otra cirugía.
Ese
domingo tres familiares lo acompañaban y uno de ellos tomó una foto del tío
antes de entrar a la cirugía, estaba con oxígeno y dormía. Se veía muy
deteriorado y aun así los médicos lo ingresaron a la sala para hacer el
procedimiento de la anestesia general e infortunadamente no resistió y tuvo un
paro cardiaco. Mi tío ya llevaba otras complicaciones que se sumaron a la
de la cabeza, que jamás pensamos que eran tan serias.
Si hacía poco había entrado a la cirugía y timbran los celulares de los familiares que aguardaban en la clínica, en el fondo del corazón uno presiente que algo no está bien. Y por supuesto al contestar, el anuncio de su muerte nos hizo trizas el corazón y el tiempo, como se suele percibir, se tornó lento; entramos como en otra dimensión en la cual tratábamos de entender lo que había ocurrido.
¡Dios! Mi tío entró caminando a la clínica, con todas sus facultades y ahora yacía tendido en la cama de cirugía ya sin vida. Con todos sus parientes, cercanos físicamente y lejanos en otros países, aniquilados y desconcertados.
Su recuerdo se me vino a la mente, todo su esfuerzo y dedicación para terminar unos hermosos muebles que le estaba haciendo a mi padre, la salida al pueblo a hacer unas compras, el abrazo que me dio de agradecimiento por haberlo llevado a hacer unas vueltas, entre otras, son imágenes que no logro borrar.
Y ahora el vacío, que ya conocía, esa sensación de pérdida para siempre que me ronda y que no sé cuánto tiempo tardará en sanar acompañada de la frase de cajón pero verídica de que la vida continua para los que nos quedamos y “debemos” seguir en nombre de los que se van.
¡Ay… qué dolor!
-Lapuente