Una hermosa flor silvestre, una noche abrió sus pétalos para mirar el paso de las estrellas fugaces y poder pedirle a alguna un deseo. Una pequeña y encantadora estrellita le preguntó:
-¿Qué hace alguien como tú con los pétalos abiertos en la oscuridad?
-¿Yo solo quiero pedirte algo, susurró
-¡Claro, apúrate que voy de paso! dijo el astro
-Es que quiero… ser eterna.
-¿Eterna?, preguntó sorprendida la estrellita… ¿y para qué?. Pero La flor no alcanzó a responder y la estrella envió chispas de luz que la envolvieron en una nube.
El tiempo empezó a pasar y la flor…radiante. Sus compañeras nacían, crecían y morían pero ella estaba allí siempre joven y llena de vitalidad. Más había algo más extraño… las mariposas e insectos casi no se le acercaban, pues destellaba luz. Entonces se entristeció porque su propósito se vio truncado. Una tarde una abeja que por allí pasaba se aproximó sigilosa a la flor, le parecía extraña y ejercía al mismo tiempo, una fascinación sobre ella.
-¡Ven!, le dijo la flor con una voz melodiosa, -no tengas miedo… y la abeja casi hipnotizada se posó sobre ella y al beber el néctar, la abeja también se llenó de energía eterna. La flor encantada de haber logrado su propósito de nuevo ya no le pareció interesante vivir por siempre, pero estaba escrito en el libro del cielo que ella nunca moriría.
La abejita se sentía tan plena que voló a su colmena y al depositar allí el néctar toda la colmena vibró y la producción de miel fue en extremo maravillosa y abundante. Y quedó escrito entonces, que esa abeja nunca moriría.
Un anciano pasó por la colmena y quiso, como sabía hacerlo desde niño, tomar un poco de miel para llevarle a su nieta enferma. Mirando la colmena habló con las abejas, les contó su intención y sin problema tomó un poquito, la empacó en una botella. Les agradeció y partió.
El abuelo entonces hizo un remedio con esa miel y se lo dio a beber a la niña, y no había sino tragado un poco, cuando como si hubiese sido tocada por un rayo, la niña quedó en pie llena de luz y fuerza. Después de eso pasaron los años, el abuelo murió, la madre envejeció y la niña seguía luciendo de 8 años. Y ahora estaba escrito en el libro del cielo que la niña nunca moriría.
La niña desesperada porque el reloj no corría para ella, recordó en un momento, el lugar donde su abuelo tomaba miel. Fue a la colmena pero estaba completamente destruida, había sido quemada y allí solo quedaban vestigios de su existencia. De pronto vio a una abeja, la abeja eterna, dando vueltas por allí y en su alma supo que ese animal estaba sufriendo lo que ella. Empezó a seguirla y pasados unos minutos, la abeja se posó en una hermosa flor silvestre que centelleaba.
- ¡Que bella!, pensó y supo para sus adentros que esa flor era infinita también.
Se acercó a las dos, se sentó a su lado y dijo: -¿Acaso a ustedes les pasa lo que a mí?. Y escuchó a la flor que le dijo: -yo pedí un deseo de ser eterna, la abeja tomó mi néctar y ella también lo fue, y tu tomase una pequeña gota de miel y ahora tú lo eres. -Arráncame por favor, solo así moriré y ustedes serán efímeros como todos los seres vivos de este planeta.
-No puedo, siento pesar por ti, eres muy bonita, empezó a sollozar la niña. –Antes yo tenía un qué y era “vivir para darme y desprenderme de todo, para que otros vivieran”. Un día pedí un “cómo” equivocado: “ser eterna” para cumplir ese papel por más tiempo, pero me perdí en mi deseo porque mi “qué”, se truncó, cuando fui “especial y destellante” y nadie se acercaba a mí y a quienes lo hicieron les hice el daño de la vida eterna en este planeta -Arráncame! Al fin y al cabo sería volver a mi qué original.
La niña llorando, besó a la flor, acarició con amor a la abeja y arrancó de raíz la planta que la mantenía agarrada a la tierra. La flor y la abeja desaparecieron y la niña que sufrió una convulsión que la dejó inconsciente, al despertar tenía 18 años y un qué muy claro … vivir para darse y desprenderse de todo, al hacerlo dejaría una semilla sembrada para que cada generación hiciese lo suyo y en el libro del cielo se escribiría de nuevo que nadie fuera para siempre en este mundo sino que retornara a la fuente y le diera la oportunidad a otras almas.
-Lapuente