Fluyendo por la vereda


En la mañana cuando conduzco salgo de casa diciendo: "Señor, protégenos y líbranos de todo mal, líbrame señor, de las malas acciones de los demás y libra a los demás de las mías". ¿Qué pensaron que era una santa? 

La primera cuadra generalmente es fluida, sin mayores desafíos, pero en cuanto paso la panadería el caos se apodera del viaje.

Con un carro de cambios, debo decir que nunca puedo llegar a la "tercera", simplemente acelero, freno en seco, me muevo a la derecha para pasar a los que caminan y andan en bicicleta, freno de nuevo en seco, luego voy a una velocidad constante de 2 kilómetros por hora… ¡sí! porque voy detrás de la familia del papá, mamá y dos chiquilines apostados a lo ancho de la calle, caminando con alegría y jugando y yo esperando una bella oportunidad de adelantarme en el caminito de doble vía sin acera. Y… ¡ojo! a mi derecha y sin previo aviso, me rozan las bicicletas que había dejado atrás y parezco el jamón del sanduche.

De pronto cuando consigo la fluidez deseada de 20 kilómetros por hora, allí está el lento que va de paseo en su autito, dándose cuenta de todo lo que pasa alrededor como si fuera un guía turístico diciéndose a sí mismo, mentalmente, supongo: “A la derecha veo la tienda que ya está abierta, a la izquierda el mismo árbol con la vaquita haciendo sombra” y así eternamente.

¡Qué desespero! miro por el espejo y veo no menos de 10 carros haciendo fila y pitando y claro justo el primero que va detrás mío, es el que más me acosa de tal manera que cuando freno, siento el sonido de sus llantas que avisan que está a punto de estrellarme, pero el guía turístico en su autito, ni se da por enterado.

Quienes me acompañan me hablan y yo les contesto otra vaina, porque ¡caray!, no tengo tiempo para chismosear, voy tan concentrada porque además de todo lo anterior…¡oigan bien! hay más obstáculos que se suman a este singular paseo obligatorio: los naturales huecos por aquí y por allá, los perritos sin dueño que se atraviesan y buscan comida y los camiones estacionados en esos espacios que uno necesita simplemente para seguir. Entonces a frenar, acelerar y adelantar.

Y cuando finalmente llego a mi destino, de verdad doy las gracias y justo arranco de nuevo con  la oración de protección que tanto me sirve, pero ahora pidiendo que se abra el camino para el otro lado.

-Lapuente