Después de que se llevaron al hospital al hombre que convulsionó en el suelo, el administrador de la cafetería detuvo la música, dejó solo encendidas las luces de las mesas ocupadas, apagó la fuente de la entrada y en la puerta de vidrio, colgó el aviso de “cerrado”. Afuera llovía copiosamente y la oscuridad empujó por un lado a los comensales a terminar pronto y por otro, a los que estaban en coworking, a cerrar sus sesiones y a apagar sus computadores.
Galia apiló algunas de las sillas, recogió la loza y se dirigió a la caja para atender a los que se iban. Tímidamente se despedían, mostrándose consternados por lo sucedido y en tan solo un rato el lugar estaba vacío y silencioso. El cocinero y el administrador se retiraron también, dándole a Galia el tiempo para limpiar el lugar y dejar listas las cuentas. Se abrigó para salir y con las llaves en mano, recogió su cartera y su móvil. Un auto de la policía se estaciona al frente y un patrullero baja corriendo hacia la puerta para evitar el agua, tomando por sorpresa a la mesera quien ya tenía un pie afuera.
-Señorita
buenas noches… ¿Aquí sucedió lo del hombre que presentó convulsiones?
-Buenas
noches, sí señor.
-¿Puedo
hacerle unas preguntas?
- Por
supuesto, siga, ya estaba por cerrar pero no hay problema.
Galia
enciende solo las luces amarillentas de la barra e invita al policía a que tome
asiento, al mismo tiempo que ella toma otro y se sienta en el borde, balanceándose
hacia adelante.
-¿Su
nombre es?
-Galia de
la Cruz, señor agente.
-¿Usted
sabe si el hombre que enfermó, comió algo que lo indispuso?
-Bueno,
él pidió un sanduche y un café latte, y sí, alcanzó a comer un poco cuando cayó al suelo y
empezó a convulsionar allí al lado de la mesa uno.
-¿Por
qué no llamaron a una ambulancia?
-Porque
uno de nuestros clientes, decidió que era inútil llamar a una y él mismo
terminó por alzarlo y llevarlo hasta su auto deportivo. Arrancó como un loco hacia el
hospital, mientras que todos mirabamos por las ventanas.
-Tal
vez señorita Galia no lo sepa aun, pero ese cliente y el hombre enfermo, sufrieron un grave accidente en la rotonda principal, el auto deportivo
envistió a una camioneta. Todos fueron remitidos al hospital general donde uno de ellos está en coma.
-¿Cómo?
Yo si quedé con mucha angustia cuando Benjamín se lo llevó.
-¿Benjamín
Sinisterra, no?
-Sí… sé
su nombre porque es un cliente asiduo de la cafetería desde hace varios meses.
-En el
lugar del desastre encontramos la billetera de Sinisterra con documentos y
algunas fotos, obsérvelas por favor.
Galia
abrió los ojos de espanto, mientras que fue pasando una a una.
-¿Cómo
así?, pero si son fotos mías, ¿de dónde las ha obtenido?
-¿Cómo
se comportaba este hombre con usted?
-Pues…
era un poco acosador, casi siempre venia cuando yo estaba de turno y se sentaba
en la misma mesa, pedía el mismo plato, traía su pc, lo conectaba y pasaba
bastante tiempo navegando. Lo pillaba muchas veces mirándome las piernas, cuando
yo pasaba cerca, él deslizaba su mano por mi brazo para pedirme un vaso de agua
o cuando servía su orden, no quitaba los ojos de mi escote, ¡ah! y en vez de dinero
para las propinas, trataba de darme regalos,
desde joyas de fantasía, peluches y llaveros, hasta un par de boletos para un concierto.
No acepté ninguno, excepto este llavero.
-Fíjese,
en esta tarjeta de presentación que había entre los documentos dice que Sinisterra
es detective.
-¡Oh
vaya! ¿Detective?
-Ahora
hábleme del otro hombre, del que convulsionó.
-Yo si
lo había visto antes, hace un tiempo vino, se sentó en una mesa y pidió un té y
luego estuvo horas en video-llamada con una mujer mayor. Se fue justo antes de
cerrar la cafetería. Me acuerdo mucho porque preguntó cuál era mi nombre y luego me entregó un montón de dinero de
propina.
-¿Sabe
su nombre?
-No
señor.
-En el
hospital lo identificaron como Samuel de la Cruz ¿Le suena?
-Pues
no, lo único es que tiene mi mismo apellido.
-Y…
¿usted es hija única?
-Sí… ¡Espere!...
¿Por qué lo pregunta? no pensará que…
-¿Que
Samuel de la Cruz podría ser su hermano o algún familiar? Cuénteme, ¿y su padre?
-Murió
hace seis meses, jamás supe nada de la familia de la Cruz, mi padre era hermético
en ese tema.
-Y… ¿su
padre dejó alguna herencia?
-Claro
que no. Mi padre fue un trabajador informal, no tuvo ni pensión, pero en casa
nunca nos faltó nada. Vivo con mi madre en una habitación arrendada y trabajo y
estudio apoyándola en todo lo económico.
-¿Y
usted hace cuánto trabaja en esta cafetería?
-A la
semana de la muerte de mi padre, conseguí este empleo.
-Permítame
por favor, estoy recibiendo una llamada del agente que está en hospital al
tanto de la evolución de los involucrados en el accidente.
-Vale.
El
patrullero se levanta y camina hacia la puerta contesta la llamada mientras que
Galia observa sus fotos, una y otra vez. Afuera arrecia la lluvia y el
granizo golpea con fuerza los ventanales, el patrullero se mueve por el sitio
buscando un lugar para escuchar mejor, habla, asienta y luego cuelga.
-¡Señorita
Galia!, le grita -me han informado que al hospital llegó la madre de de la Cruz. Y después de que le dieran a la señora el reporte médico, esta
se acercó a mi compañero y le hizo saber que mañana va a presentar una demanda
formal contra usted, por tratar de envenenar a su hijo para no darle parte de
su herencia.
Lapuente