-Hola, le dije, -Soy tu vecino, ¿cómo estás?
-Bien,
me contestó a secas.
-Veo
que no tienes miedo de todo lo que está pasando.
-No, no
tengo miedo.
-Oye y
esa canción ¿no era la misma que cantaste hace un rato en tu patio?
La niña
se estremeció y su cara se puso roja.
-Yo no
he cantado nada.
-Sí, la
cantaste mientras que se abrieron las puertas de tu depósito y luego empezaron
a sonar las trompetas.
-¡Yo no
he hecho nada! déjame o grito.
- Ok,
ok ¡tranquila!…
Retrocedo
sigiloso y me alejo. La observo de reojo.
Ella saca el aparato del bolso y sin titubear oprime un botón.
Una terrible explosión nos empuja por el piso, algunos vidrios se rompen pero son contenidos por las persianas, todo es confusión se escuchan gritos, llantos, voces. Me levanto y veo que por la puerta del salón evacúa el administrador y detrás camina la niña. Voy por ellos, pero…me duele la pierna. Al salir… una fogata con humo negro se asomaba sobre la casa de mis vecinos y las otras propiedades cercanas incluyendo la mía, estaban seriamente averiadas.
No había
nadie, ni vigilantes, ni policías, solo el administrador que iba despavorido
hacia el portón abierto del condominio y la niña, que se desvía por
el pequeño sendero con árboles. La sigo, ella llega al lugar donde se hacen las
parrillas y allí dos adolescentes la esperan. Con ellos, computadores portátiles
y una especie de antena. Se montan en una cuatrimoto y arrancan por el camino a
toda velocidad internándose en el bosque.
Ya no puedo perseguirlos más. Caigo en el suelo, el dolor no me deja
andar. Miro mi pantalón, hay sangre y al revisar mi herida estoy con la piel
abierta, así que con mi saco de tela me hago una especie de vendaje.
Tomo
fuerza y de regreso y a paso lento, vuelvo a sentir el caos y veo pasar un par de
camiones de los bomberos. Se dirigen al siniestro y de forma ágil conectan las
mangueras al drenaje. Un chorro impresionante de agua se cierne sobre las casas
en llamas. Los hombres entran por las ventanas, supongo buscando sobrevivientes,
al fin cuando estoy cerca le grito al comandante que no hay nadie, porque todos
estábamos en el salón de eventos por la activación de la alarma de evacuación.
-¿Evacuación
de qué?, me preguntó.
-No sé,
sonaron trompetas apocalípticas.
Un
bombero que estaba en la casa de mi pequeña vecina, nos interrumpió…
-¡Venga
comandante, mire lo que encontramos!
Yo sin dudar me uní al comandante y me asomé con él. Allí… dos cuerpos calcinados. Tuve un hormigueo en mi estómago y por poco me desmayo, hasta mi pierna me ardió mucho más. Me tuvieron que tomar dos hombres, cargarme y dejarme al lado del camión.
Uno de ellos me preguntó quién era.
-Soy Tomás
Manrique mi casa es esa, la de la derecha, le dije.
-¿Y quienes
vivían aquí, entonces?
-¿Los Emiliani?
¡creo!
-¿Los
dueños de los supermercados?
-Pues
no sé, nunca hablé con ellos.
-¡Pero
si son noticia!, hace dos meses que sus hijos están secuestrados, parece que pedían
una fortuna por ellos y los Emiliani se habían negado a pagar esa suma.
-¿Sus
hijos? Pregunté -¿Y como de qué edades son?
-Una
niña como de ocho o nueve años y dos niños de catorce o quince años. ¿Los conoció?
-No, no me acuerdo de haberlos visto jamás.
-¿Jamás?...Vaya vecinos que son ustedes los ricos, me dijo... -Cada familia está en su propia burbuja.
En ese momento entró una llamada a mi celular, era mi madre.
-Permitame contesto, es privado, y me hice a un lado.
-Hola Mamá
-Hola hijo... ¿estás bien? te estuve llamando pero estaba muerto tu celular.
-Si, estaba bloqueado.
-Supe todo lo que pasó, los Emiliani nos llamaron para contarnos.
-¿Los Emiliani? ¿Quiénes?
-No sé, como nunca habamos con ellos, me pareció que era un joven.
-¿Y qué te dijo?
-Que estaban muy agradecidos contigo por haberles salvado la vida y que te iban a dar un regalo muy especial por guardar silencio. Así que hijo sé prudente, tu sabes que nuestros vecinos son muy poderosos. ¡Te amo! Llegamos en dos semanas, ¡Bye!
-Lapuente