Rompiendo el Shabbat


Un Alfa deportivo a toda velocidad se incrustó y despedazó la camioneta Renault blanca. El rabino murió al instante. Su hijo Aarón que le llevaba mucha ventaja no se percató del desastre y aceleró para alcanzar a llegar a tiempo al aeropuerto internacional.

Faltándole pocas millas, mira por los espejos de su moto y extraña a su padre, no hay casi tráfico, los trenes y buses funcionan al mínimo, es shabbat, la mañana de primavera está tranquila, húmeda e iluminada. En las playas sobre el mediterráneo, se ven pocos caminando y en bicicleta, la mayoría turistas. Se escuchan las aves marinas, el viento fresco y cálido y alguno que otro avión que despega o aterriza.

Pocos segundos bastan para que el momento pacífico se trunque, cuando Aarón ve venir un par de ambulancias; se angustia y ante la zozobra, solo atina a decir para sus adentros "Adonai Baruj HaShem", sobre todo por haber salido de casa un día como hoy, sin el consentimiento de su padre, el Rabino Galed, quien se vio obligado a seguirlo para que desistiera de su cometido.  "Pero es que todo valía la pena", pensó, "Emma se va y no la volveré a ver hasta dentro de un año".

Llega al parqueadero del aeropuerto, no sin antes darle un último vistazo a la carretera para ver si divisaba la camioneta blanca de su padre, pero no aparece, se encoge de hombros, piensa que quizás ha desistido y entra al lugar con desazón en el corazón;  pregunta por el vuelo a Paris y sin restricción lo dejan pasar por ser el hijo del rabino, indicándole que ya están abordando por la puerta 4B, muelle internacional. En un espacio de esas dimensiones corre con todas sus fuerzas; necesita verla, darle una muestra de su osadía, decirle que la ama.


Tres minutos le toma llegar a la puerta 4B; desde el segundo piso observa abajo, a la gente haciendo fila con sus tiquetes en mano para entrar a la cabina y allí Emma con su abrigo y su sombrero, casi la última, su novia desde hace cuatro años, su futura esposa, al lado de un hombre que la rodeaba con un brazo y la besaba en la boca amorosamente; queda perplejo, pálido, sin habla; se gira, se desploma en el piso brillante y frio, recostado sobre los ventanales de vidrio, su mirada llorosa se posa sobre el televisor pantalla gigante, el de máxima resolución, pero con el volumen bajo que anuncia la muerte de uno de los más amados y ejemplares rabinos de Israel, el Rabino Jacobo Galed, en un grave accidente con un vehículo deportivo. 


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