Señora
CATHERINE
DE FRANCO
Ciudad.
Estimada
madre:
No has
querido contestarme el teléfono ni permitir que te explique lo que sucedió.
Espero esta carta llegue pronto porque estoy desesperado. Debes saber que conocí a Bianca en mi trabajo
en la fundación “Por un futuro distinto” y que ella era ese tipo de persona en la
que uno desea convertirse. Siempre apoyando a los niños, consiguiendo recursos
y buscando mejorar a toda costa, la calidad de vida de tanta gente vulnerable.
Pero
las cosas se tornaron oscuras cuando el jueves pasado me invitó a su
apartamento a comer algo, pues habíamos tenido un día extenuante. Acepté
gustoso poder compartir un rato extra con alguien tan agradable. Ya en su auto
y antes de llegar me explicó que aunque aún vivía con sus padres, estos por su
trabajo en importantes cargos en el gobierno, casi nunca se cruzaban con ella y
pasaban semanas sin verse. Pero eso sí, que tenía una nana maravillosa, a la
que ya había avisado que íbamos para que nos preparara algo exquisito.
Subimos
por su ascensor privado y nos acomodamos en un lujoso comedor donde ya nos
esperaba la comida caliente, pero ni rastro de su nana. Bianca y yo hablamos un poco de lo que nos
depararía el día siguiente, en la reunión que tendríamos con la junta de la
fundación. En ese momento alguien timbró y ella interrumpió nuestra conversación
para abrir la puerta. Era un chico con ropa de domiciliario que le entregó un
paquete. Bianca lo despidió con un extraño “gracias papito” y un fajo de
billetes.
Luego
caminó hasta la mesa de la sala donde sacó todo el contenido y hábilmente
empezó a armar unos cigarrillos con varias sustancias. No lo podía creer. Me pasó un porro encendido y empezamos a
fumar. Pero mamá… tú sabes que yo no puedo con eso y lo deseché inmediatamente,
mientras ella seguía sumida en el acto, perdiéndose y hablando entre dientes.
Todo el
apartamento estaba lleno de humo y me dolía un poco la cabeza. El citófono
empezó a sonar. Y Bianca, la misma que yo conocía como la guerrera, la
maravillosa heroína de los niños de la fundación, empezó a despotricar. -Ya
empezaron los vecinos. Cada vez que fumo recurren a los porteros para que me
llamen y me obliguen a parar. Se creen muy santos los desgraciados. Pues… ¡que
se jodan!
Pero el
aparato timbraba y timbraba y tuve que ir a contestar. Al otro lado el portero:
-Por favor, avisarle a la señorita Bianca que se abstenga de seguir consumiendo sustancias psicoactivas,
el humo que se mueve por los ductos tiene a la niña de la familia Domínguez con
una enfermedad respiratoria, a la señora Méndez con vómitos y cefalea y a todos
desesperados. ¡Por favor señorita!... Bianca, que escuchaba todo a distancia
gritó: ¡Que hagan lo que quieran, que llamen a la policía! y me hizo seña para
que colgara.
Yo no
podía entender como la misma mujer amable y bondadosa tenía este lado tan gris
e inhumano, por lo que le reproché su comportamiento, pero ella solo atinó a
decirme que era un estúpido puritano y que le importaban cinco sus vecinos. Además
me aseguró que no hacía nada ilegal porque estaba en su casa y que nadie podía intimidarla.
Y para rematar, me hizo saber que esa era su forma de hacer terapia y sacarse la
suciedad después de juntarse con tanta gente del bajo mundo durante el día.
Tomé mi
chaqueta y ya me iba a marchar cuando el citófono volvió a sonar. De nuevo
contesté y el portero me comunicó que estaba subiendo la policía con
autorización de la administración.
Los
hombres tocaron la puerta. Bianca salió tambaleante y despistada gritándoles
que se largaran, pero un agente, de manera comprensiva, como si ya hubiese
hecho esto docenas de veces le dijo: -Señorita Bianca por favor, no más. Aquí
en este edificio no solo su familia es poderosa. De las formas más civilizadas
le han pedido que detenga este vicio que los tiene a todos enfermos y que además
ha hecho que algunos ya se estén pensando en mudarse. Con tantas pruebas, queda ponerle otra vez un comparendo pero sé
que usted lo pagará y seguirá igual. Dónde
está su humanidad, usted no es la única en este mundo y no puede hacer lo que se le de la gana,
sabiendo que eso la perjudica y perjudica a la comunidad. Ella le contestó al policía:
-¿Qué tal “el levantando”?, todo el día ayudando a los de su clase y así me viene
a pagar.
Madre…
ahí fue cuando yo le pedí a Bianca que se calmara y obedeciera, que no era
justo con los demás y que parecía otra persona y no la misma que yo conocía. El
oficial entonces preguntó quién era yo. Ella me miró horrorizada y luego esbozó
una sonrisa perversa y le dijo: “Este es mí proveedor de droga”, ¡llévenselo! Toda
la evidencia está encima de la mesa. Y después no digan que yo no colaboro.
¡Ayúdame
mamá, por favor! Tú sabes que yo no tengo dos caras. ¡Sácame de aquí!
Atentamente,
SEBASTIAN
FRANCO
@Lapuente