Sandra Houston

Cuando René era un niño un día su madre, doña Rebeca, le pidió un favor con urgencia. -¡Bájame el llavero que tiene un montón de llaves!… ¡Pero rápido, que el gato de los Houston se quedó atrapado en nuestro garaje!


René encontró el encargo en el cajón de la mesa de noche y en vez de correr a entregarlo, decidió probar una a una las llaves, en el armario de sus padres.  Después de unos cuantos intentos la puerta se abrió y dejó entrever varios vestidos femeninos con forros transparentes. Con mucha curiosidad descolgó dos y los puso sobre la cama. Uno, de lentejuelas festivo, el otro, largo y de flores rosas con sombrero del mismo tono. No pudo contenerse y vistió el de lentejuelas con flecos y aunque le quedó grande, posó frente al espejo, caminó, rió y habló de manera tan insólita, que sintió como si alguien estuviera poseyéndolo.

De pronto entró su madre intempestivamente pidiendo explicación por la demora en bajar el llavero y quedó pasmada frente a la escena.

-René… ¿Qué haces?

-Mamá… Yoooo…

-¡Quítate eso, tu padre está por llegar! ¡Si te ve, te acaba!

-¡Ay verdad que tienes que rescatar a mi gato! Perdona la demora con las llaves. Pero… ¿De quién son estos trajes?

-¿Ah? ¿Tu gato? Pero… ¿Por qué me hablas en ese tono tan raro?...Mejor dicho, mira, esta ropa es de la hermana mayor de tu papá y me la dejó su esposo tiempo después de que ella desapareciera. Fue hace unos años y no pudieron dar con su paradero. ¡Ya quítate el vestido! Y calladito porque de este tema no se habla en casa.

El chico angustiado y muy extrañado le entregó las llaves a su madre, quien con su afán de rescatar al gato, dejó a René solo desvistiéndose. En vez de colgar la prenda de nuevo, René cerró la puerta del armario con fuerza y se llevó el traje a su habitación junto con el de tono rosa y los guardó en un baúl.

Años después cuando René ya cursaba su último año de derecho, en un puente festivo se decidió a  visitar a sus padres. Ellos se habían mudado a una pequeña ciudad a tres horas de la capital. Él quería que fuese una sorpresa por lo que no avisó a nadie, simplemente le dejó una pequeña nota sobre la mesa a su novia Ariana con quien vivía, contándole de su intención.

Ese día se fue vestido con el traje largo de flores rosas y el sombrero del mismo color. Se había convertido en un inexplicable pero placentero pasatiempo que lo sacaba de su cotidianidad y que lo transportaba a otros tiempos. Llevaba su valija y un pequeño maletín donde guardaba sus papeles y la ropa de “hombre” para cambiarse en el baño del terminal de buses al que llegaría. Dos horas después y ya en plena autopista un impresionante aguacero hizo disminuir la velocidad de los vehículos. Encendieron luces y se desplazaron con suma precaución. Las orillas de la carretera ya empezaban a empozarse y los vidrios del bus se empañaron. La situación se estaba complicando porque entre más andaban, más arreciaba el agua.

El conductor en medio de semejante contratiempo les advirtió a los pasajeros aturdidos, que pararía en un restaurante cercano para escampar. René sacó un pañuelo que guardaba en el vestido y limpió la ventana para darse cuenta de que desde la cima de la montaña venían un montón de rocas en desbandada hacia la carretera. -¡Un derrumbe! gritó con desesperación, mientras que el chofer trataba de acelerar. No hubo remedio y el deslizamiento de tierra y las enormes piedras cayeron sobre ellos y sobre una docena de carros más, sepultándolos por completo.


El teléfono de la casa de los padres de René repicó insistente. Era Ariana desesperada que le explicó a doña Rebeca que su hijo había dejado una nota donde decía que iba para allá a visitarlos. Ariana acababa de ver en las noticias que un alud había sepultado un tramo de la carretera y pensaba lo peor. Le pidió llorando a la madre de su novio, ir al hospital donde ya estaban trasladando a los primeros heridos y fallecidos mientras que ella seguía pegada al noticiero y rezando.

Solo hasta por la noche doña Rebeca y su esposo, totalmente exhaustos y abrumados, pudieron dar con el paradero de su hijo. Tuvieron que identificarlo porque no encontraron sus documentos. Milagrosamente estaba vivo y consiente a pesar de los moretones y contusiones en todo su cuerpo. Los padres se acercaron a abrazarlo y lloraron de la felicidad al saber que estaba allí, respirando.

-Renééé ¡Dios es grande mi vida! ¡Estás vivo! gritó doña Rebeca.

-Mariano, Rebeca... pero cuánto tiempo ha pasado, por fin vinieron por mí… contestó el muchacho con voz como de mujer.

-Si aquí estamos. Casi no podemos dar contigo, dijo Mariano extrañado.

-Mariano... insistió René.  Ve a casa y le cuentas a Eduard que estoy bien y que venga a recogerme. Dile que perdí el sombrero y estropeé el vestido de flores rosas que me regaló de aniversario. ¡Míralo! Está todo lleno de barro.

-¿A Eduard Houston?... Preguntó Mariano, ¿Por qué?

-Porque es mi marido, porqué más. Cuéntale que estuve horas sepultada en ese bus y pensé que nadie vendría a rescatarme y que me pareció una eternidad hasta que me trajeron a este lugar.

-¿Pero por qué te pusiste ese vestido, hijo? ¿De qué hablas?

-¿No me ves Mariano? Soy yo, Sandra Houston, ¡tu hermana!… ¿Cuál hijo?

El médico los tuvo que interrumpir. Los retiró y les comentó en voz baja: “Su hijo tiene un episodio de amnesia. Lo curioso es que dice ser una mujer y es más, está vestido como una. Tenemos que dejarlo en observación y tranquilo. Su cerebro está inflamado. Solo al cabo de los días podremos ver su evolución”.

-¡Por Dios, doctor! Él cree que es mi hermana. ¿Se curará pronto?

-Por ahora no lo sé y el pronóstico es reservado, pero hay algo que debo mostrarles. Cuando su hijo llegó aquí hace un rato tenía en su mano esta cédula antigua, que pertenece a una dama llamada Sandra Houston.


@Lapuente

Fotos tomadas de internet