Como un resorte se puso de pie y corriendo hacia su puerta, por fin, marcó en el calendario una "X" sobre el recuadro del sábado 6 de septiembre. Allí había escrito mucho tiempo atrás: “CONCIERTO DE LOS TOREROS MUERTOS”. Sintió escalofrío y se le escurrieron las lágrimas de la emoción, por el gran acontecimiento que le esperaba.
Quedó con varios amigos de llegar al medio día al lugar,
porque estaba decidida a colarse en los ensayos de sonido, para abrazar al divino
de Carbonell, cantante de la banda. Así que a eso de las 11:50 de la mañana Emma
y su amiga Gina, valientemente, escalaron una pared de la plaza de toros de
Santamaría y fueron a parar a un sector donde solían ubicar a los animales,
antes de la corrida. Desde el escenario, que estaban adaptando para el evento, resonaban los instrumentos y las voces mientras eran afinados y pululaba la gente que
conectaba equipos, probaba consolas, llevaba cables y ubicaba sillas.
Se camuflaron entre el barullo y se fueron acercando casi sin ser notadas a la tarima. Gina se agachó al lado de las escaleras, esperó y luego le dio una señal a Emma, quien subió a toda velocidad y fácilmente alcanzó a Carbonell. De frente, lo rodeó con sus brazos y le chantó un tremendo beso en la boca. El tipo que interrumpió su canción, quedó sorprendido y no solo le correspondió prolongando el momento, sino que además le pidió que se quedara allí en la plataforma, durante toda la presentación.
Despues del concierto, Emma y sus amigos fueron
invitados a una fiesta privada de la banda, que se llevaría a cabo en un famoso
restaurante fuera de la ciudad. Salieron veloces al parqueadero y se metieron los
seis locos en un auto. Emma tuvo que sentarse adelante, sobre las piernas de
Gina que hacía de copiloto. Felices se fueron cantando y celebrando la suerte
de tener acceso al evento donde se encontrarían con un montón de gente famosa.
Ya faltando unos kilómetros para llegar al sitio, un conductor borracho en otro
auto, invadió su carril y colisionó contra ellos, haciendo que el carro de los
chicos se volcara.
Emma llevó la peor parte, porque no solo su cabeza
impactó ferozmente con la agarradera de la puerta, sino que fue la única que se
salió del vehículo, sufriendo otros golpes mortales. Los demás quedaron adentro
agarrados con los cinturones de seguridad y bastante heridos.
El domingo, nosotras sus compañeras de la universidad,
la esperabamos desde las 8:00 de la mañana, para construir una especie de instalación
artística para un exposición que tendríamos el lunes. Ignorantes de lo
acontecido llamamos a su casa pero nadie contestó. Sabíamos que Emma tenía un
concierto y pensamos que se le habían pegado las cobijas. Como ella había
quedado de llevar algunos de los materiales para el trabajo, conseguirlos un
domingo era muy complicado. Nos enojamos y hablamos de su irresponsabilidad,
mientras volvímos a repasar la lista: bolsas negras de la basura, cartón
piedra, pegante boxer, colbón, cortadores y más. Timbraron. Salimos pensando
que era Emma, pero era un niño de aspecto humilde que nos saludó cordialmente y
nos dijo que vendía bolsas. ¡Vaya coincidencia! pensamos. Y no dudamos en
comprarlas.
Nos escuchó comentar que ya teníamos una parte del listado pero que faltaban muchos elementos y nos aseguró, que él había visto la papelería abierta, a dos cuadras de allí. -¿Hoy domingo? dijo una. -¡Sí!… vamos las acompaño, contestó el niño presuroso. Agilizamos el paso y al llegar, el dueño ya estaba bajando la puerta del local. Le pedimos que nos atendiera y logramos conseguir todo lo que necesitabamos. El chico nos esperó afuera y cuando nos vio satisfechas, se despidió. Ni le dimos las gracias. Sin celulares por esa época, vinimos a saber de la triste noticia hacia las 5:00 de la tarde cuando ya habíamos terminado el trabajo y cada una se disponía a irse a su casa.
En la universidad al siguiente día, se llevó a cabo la primera clase y nuestra exposición fue todo un éxito, a pesar del sentimiento de dolor que nos embargaba. Ya nos disponíamos a salir para la funeraria donde la estaban velando, cuando vimos el pupitre de madera, que ella ocupaba normalmente al ser zurda. Allí una frase con su puño y letra, escrita en esfero, el viernes anterior: “Si logro darle un beso a Carbonell ya podré morir tranquila”. Al lado un dibujo de un ángel cuya cara era impresionantemente parecida a la del niño que nos ayudó a conseguir todos los materiales el día anterior y al final su grandiosa firma: "Emma", con dibujos de flores alrededor.@Lapuente

.jpg)