Mi abuela era la mas rezandera del mundo por eso cuando me dijo que me llevaría al “castillo de los ricos del pueblo”, me dejó de una sola pieza. En esa casa vivían los Mendoza, que se había hecho a pulso con un negocio de empanadas. Y no sé por qué eran amigos de mi abuela si eran totalmente opuestos a ella, ateos y excéntricos. La cosa es que nos enviaron invitación para asistir a la celebración de los quince años de la hija menor de la familia e inusualmente fue un domingo a las 5:00 de la tarde.
A la hora y fecha indicada, llegamos al castillo con una gran caja envuelta en papel de regalo (nunca supe su contenido) y les juro que había allí una alfombra vinotinto que conducía hasta las escaleras de la entrada. Ya en el interior, ¡Vaya!... a pesar de lo oscuridad, resaltaban los pisos brillantes de parquet, las cortinas pesadas, las paredes empapeladas, los prodigiosos bodegones, las lámparas de cristal y los muebles clásicos con telas por encima…Muy barroco y alucinante. Sin embargo la calidez de los anfitriones, sus tonos chillones y su desparpajo al darnos la bienvenida, fue aún más épica.
Dispusieron de un montón de sillas y sillones estilo Luis XV, por todo el lugar para que nos fueramos acomodando, pero eran tan grandes y desproporcionados que hasta a las personas más altas, les colgaban los pies. No habíamos terminado de sentarnos con la abuela, cuando retumbaron en las paredes las voces heridas de un tremendo grupo de mariachis. Allí fue donde apareció Bella Isaura, la quinceñera, con un vestido tipo Maria Antonieta, bastante impresionante. Miré a mi abuela extrañada, mientras que ella en principio le sonreía, pero luego solo atinaba a echarse la bendición; incluso durante las 8 canciones siguientes.
Terminada la sesión hicieron pasar a los niños al salón
infantil donde había piñata y una presentación de títeres. A los jóvenes y
adultos en cambio, a un salón inmenso con una bola de discoteca en el techo y un
tremendo equipo de sonido manipulado por el señor Carlos, el padre de la chica.
La rumba inició con salsa y merengue y ¡a
bailar se dijo!. Con tanto juego por un lado, y movimiento por otro, unas
señoras pasaban con jugo de feijoa para los menores y cervezas para los
adultos. Obvio mi abuela tomó solo jugo, se quedó sentada todo el tiempo con el
rosario en la mano y sonrió cada vez que pudo.
Finalmente nos llamaron al comedor para cenar en la
mesa más larga que había visto en toda mi existencia. Con decirles que todos
los invitados tuvimos un puesto... y he aquí que nos han dado un sancocho, nada
menos y nada más, servido en una vajilla blanca con bordes dorados y acompañado
de bebidas y postres. Para culminar… la entrada triunfal de un pastel de 4
pisos con velas, para cantarle el cumpleaños a la protagonista y entregarle los
regalos. Ya cuando supuse que el
evento se había terminado y antes de que nos pusieramos de pie, nos repartieron, a cada uno, un kilo de harina de maíz.
¿Raro no? pero luego pensé... ¡Claro! como ellos hacen empanadas esto debe ser como los recordatorios que dan en las fiestas. Fue entonces cuando el
anfitrión abrió su bolsa y sacando de
ella un puñado, gritó: “GUERRA DE
HARINAAA” y empezó a lanzar el polvo a diestra y sinientra.
Peinados, vestidos, maquillajes y decoración, todo empezó a tomar un tono amarillo, hasta el traje de la chica en cuestión de minutos, fue un completo desastre. Pero para que la guerra fuera inolvidable, dispusieron de mas bolsas a lo largo y ancho de la casa, para así poder continuar con la batalla campal. Nunca me había reído tanto. Corrí, me escondí, comí harina, me resbalé y embadurné a un montón de gente, de forma descarada. Mi abuela que en cambio no se movia, parecía una panadera llena de harina y solo musitaba: “¡Cuidado con el piso!, ¡Por Dios, las cortinas!, ¡Ay miren las lámparas!”, pero eso sí, seguía sonriendo.
Al cabo de 15 minutos el castillo era una pocilga y todos los invitados unos andrajosos. Nos despidieron felices con los mismos mariachis del principio, mientras que afuera nos sacudiamos para no ensuciar los autos. Mi abuela como buena amiga que era, quedó de regresar, conmigo, bien madrugada al siguiente día, para ayudar a limpiar, ante la negativa de la familia anfitriona. Y ni corta ni perezosa, al otro día a las 6:30 de la mañana, me obligó, a estar con ella en el castillo con escoba, trapos y recogedor…Y ¡oh sorpresa! El lugar estaba de punta en blanco, totalmente limpio.
–Le insistí que no viniera Karencita, le dijo la señora
de la casa a mi abuela -Aquí tenemos una super aspiradora, ¿se acuerda? y
anoche mismo recogimos todo. Aunque debo confesarle que quedé preocupada porque
lo que se aspiró fue a parar a unos costales de harina que habian en la cocina.
¡Y Caray! a las 5:00 de la mañana, su hijo,
en la oscuridad se los llevó a la fábrica y como usted sabe que ese es tan
despistado, capaz de que los usa para hacer las empanadas.
-¿El hijo de quién? Les grité a las dos con los ojos
desorbitados, a lo que la señora de la casa me contestó: -Querida no juzgues a
tu abuela, fue en el tiempo de los hippies.
@Lapuente
Fotos tomadas de internet