La delgada línea entre la bondad y la complicidad

El grupo de apoyo se llamaba “MUJERES MAYORES Y EMPODERADAS”. No menos de 35 señoras se reunían en el salón de la biblioteca, todos los viernes por la tarde, con una profesional de psicología para desahogarse y contar sus aciertos y penas. El tema para discutir en la última sesión fue:“¿Demasiado buenas de corazón?"

Después de que la experimentada psicoterapeuta diera las instrucciones sobre la manera de intervenir, breve y concisa, se dio inicio con el primer testimonio de una de las mujeres:

-Recibí la semana pasada una llamada a mi celular, de un joven que decía “ser mi hijo”. Llorando me comentó que había tenido un accidente en la moto y golpeó con ella a una mujer. Para evitar ir a la cárcel, el policía, le estaba pidiendo dinero y necesitaba que yo se le consignara a una cuenta. Me suplicó que no lo dejara tirado, que por favor lo ayudara. Yo fui corriendo al banco y le pasé la suma indicada y luego no se pudo comunicar más conmigo. "Pobrecito”. Sí, ya sé que soy “una boba” porque yo no tengo hijos hombres, pero más aún, porque me dio un pesar con el chico… en verdad no quería que le pasara nada.

El segundo testimonio vino de otra mujer que insistentemente levantó su mano para participar:

-Me llegó un correo electrónico de una tal paola@outlook.es diciendo que tenía que cambiar la clave del banco haciendo clic en un enlace o si no, me deshabilitaban la cuenta. Yo no tengo cuenta en esa entidad pero me acordé de que mi nieto si… y además asocié que la novia de mi nieto se llamaba Paola. Entonces entré al enlace y di todos los datos de él. Mas tarde supe que a mi muchacho le habían desocupado la cuenta y allí entendí lo de mi corazonada… de que la tal Paola, era una chica muy interesada y que solo quería a mi chinito por el dinero. ¡Desgraciada!

El tercer testimonio fue de una dama que estaba bastante ofuscada:

-Bueno yo recibí un mensaje de WhatsApp de una vieja conocida, que había salido pensionada como abogada de la corte suprema. Jamás me saludaba por este medio y hace poco me escribió diciéndome que estaba en quiebra y que si le podía ayudar con algo de platica. Pero… ¿Cómo es posible si esa mujer estaba forrada en dinero? Sin embargo no le hice más preguntas porque supuse que la vida le había dado un mal momento y le consigné una suma pequeña porque no soy muy pudiente. Al rato me escribió otro mensaje donde me mandaba al carajo por ser una “perra tacaña" y me bloqueó la sinvergüenza.

Y ya para finalizar, todas atentas escucharon el cuarto testimonio:

-Recibí un mensaje de texto diciendo que me había ganado un auto con los puntos que tenía en una reconocida cadena de almacenes. Como efectivamente yo estaba vinculada a ese programa, pues salté en una pata de la felicidad. Al darle click al enlace me decían que tenía que enviar dinero para los gastos de matrícula y otros, a una cuenta. Me cobraban como el equivalente a US$70 pero yo dije, ¿En que cabeza cabe que eso cueste tan poco? y les consigné US$200. Estoy todavía esperando el carro.

Hubo un silencio total e incómodo hasta que intervino la terapeuta:

-Gracias por sus testimonios señoras, pero quedo un poco preocupada. Acaso… ¿Ustedes son consientes de que cada una cayó en una modalidad de estafa, diferente? En el primer caso no hubo accidente. En el segundo caso Paola no era la novia del nieto sino un nombre vinculado con una red para delinquir. En el tercer caso alguien se hizo pasar por “la vieja amiga conocida” y en el cuarto, nunca se ganó ningún auto.

¿Cómo? ¿No? ¡Imposible!, ¡Noooo! gritaban las cuatro señoras a la par… ¿cómo que engañadas? ¡Por Dios!. ¿Por qué nos pasan estas cosas, si nosotras tenemos tan buen corazón? O… ¿Somos muy estúpidas por haber ayudado a unos hampones?

Allí fue cuando una mujer preguntó de manera tímida:-¿Puedo dar mi testimonio? A lo que la terapeuta le dio la palabra:

-“Queridas” hace dos años mi hijo, ingeniero de sistemas, está en la cárcel por hacer este tipo de estafas. Me siento abrumada porque el mes pasado me dijo que estaba en un taller de caligrafía y diseño de tarjetas, que le ayudarían a rebajar el tiempo de condena.  Me insistió en que le enviara un listado de las compañeras de este grupo para practicar sus nombres y hacerle un regalito a cada una. Yo tomé el listado de asistencia del escritorio de la entrada, que además tenía sus celulares y correos, lo fotocopié y se lo llevé. Con todo lo que he escuchado hoy, se que el “gran pendejo”, está usándolo para delinquir desde la cárcel. ¿Tuve demasiado buen corazón con mi hijo, pensando que el tipo se estaba reformando? ¿O soy tan criminal como él por haberle llevado la lista sin permiso de la terapeuta?


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