Yo estaba de vacaciones en su casa esa semana del mes de mayo, porque quería cambiar de ambiente, descasar y aprovechar el sol. Martina como de costumbre se levantó temprano para hacer el desayuno y llevar al niño hasta la escuela. Quise ayudar pero amanecí con una migraña de los mil demonios; aún así me senté con Santiago a tomar los alimentos que ya estaban servidos en la mesa, mientras que mi cuñada le alistaba la ropa de trabajo a Miguel que se había metido al baño.
En medio
del corre corre, Santiago, salió a llevarle al gato unos trozos de carne del
día anterior que yo le había dejado en una ollita y un poco de agua. Lo
encontró escarbando la tierra frenéticamente. Sus ojos dilatados y un gesto agresivo en su cara.
Sintió miedo, por lo que le dejó la comida en una totuma y vino a casa a
avisarle a su padre que el animal estaba muy extraño.
-¡Papá!, le gritó el niño a traves de la rendija del
baño, -Por favor no te vayas hasta que mires si a Belisario le pasa algo.
-¡Está bien pero vete ya!, ¡Se te hace tarde!… le
contestó Miguel metido en la ducha.
Martína con un golpeteo en la puerta del baño se
despidió, me dio un beso en la frente y tomó a su hijo de la mano. Afuera el
gato gimió y les maulló, pero ellos lo ignoraron por la premura. Me dio mala
espina ese aterrador sonido del animal y
me levanté de la mesa para observarlo por la ventana, pero él yacía, en ese momento, detrás de unos matorrales.
Miguel terminó su baño y se vistió, mientras yo me
preparaba un agua de limoncillo para el malestar. Ya empezaba a tomar unos
sorbos cuando noté que mi hermano había
salido por la puerta de atrás hacia el patio y se acercaba a Belisario con
cautela.
-¿Qué pasó Belisario, qué haces revolviendo todo? Le dijo al gato.
Este se erizó y curvó su lomo y cuando Miguel estuvo a un paso, Belisario se le lanzó encima propinándole una tremenda mordida en un
brazo. Mi hermano reaccionó lanzando al animal contra un árbol y este quedó tendido
como si estuviera muerto. Tiré la taza aromática al piso y salí a su encuentro.
Su brazo sangraba en cantidades.
-Miguel estás herido ¡por Dios! ¡Ojalá ese animal no
tenga rabia!
-¡Guillermina me siento mareado!… gritó mientras que
caía de rodillas en el piso. –Corre a casa
del doctor Burgos, insitió mientras se fue inclinando lentamente hasta estampar
su cara contra el suelo.
¡Miguel, Miguel!, chillé y me apuré hacia la cuadra que
nos separaba del médico. Golpeé la puerta casi tumbándola. El doctor se asomó
por la ventana alarmado…
-¿Qué pasa Guillermina, qué es todo ese alboroto?
-¡Doctor es mi hermano!… Su gato lo ha mordido en el
brazo y Miguel se ha desmayado.
Con el maletín en la mano y con dos familiares que lo
acompañaban llegó al lugar y giraron su cuerpo cuidadosamente. Estaba vivo pero
muy grave. Lo llevaron cargado hasta el platón de su camioneta y el doctor
Burgos arrancando el vehículo a toda velocidad, me hizo saber que lo conduciría al
centro de salud y que le avisara a Martina.
Entré a la casa a ponerme unos zapatos, sentía la
cabeza a punto de explotar y tenía nauseas. Salí y vi que mi cuñada se acercaba
tranquila. Observó mi cara descompuesta
y soltando un canasto que traía balbuceó: –¿Dónde está Miguel?
–En el centro médico le dije y mientras las dos nos
apresurabamos por el camino, le puse al tanto de todo. Martina lloraba y nos tomó
10 agónicos minutos para llegar al lugar. En la puerta estaba el doctor
Burgos con las manos en la cara.
Martina lo supo. Quedó petrificada tratando de procesar
este nefasto momento.
Mi hermano, un hombre inteligente, capaz y bueno había
fallecido por la rabia transmitida por el gato. En cuestión de minutos otros
heridos, enfermos o accidentados empezaron a llegar y el médico se vio a
tientas para poder atender a tanta gente. Tuvimos que enterrar a Miguel en el
pequeño cementerio del lado, pues su cuerpo estaba hinchado, no habían neveras
donde ubicarlo y luego ni siquiera camas disponibles. En la escuela cuando fuimos por Santiago,
habían muchos niños indispuestos. Esa noche al llegar a casa tuvimos que
acostarnos los tres. Ya no tenía migraña sino un insoportable dolor en toda la zona frontal.
Tratamos de abrazarnos y de conciliar el sueño en medio del llanto y la
desesperación.
Con los primeros rayos de sol, hice mi mayor esfuerzo
para ir al baño. Vomité. Desde la ventana vi de reojo el cuerpo de
Belisario que reposaba en el mismo lugar. Salí con cautela, me acerqué. No respiraba. Sus patas estaban llenas de tierra y se encontraba tendido sobre una depresión. Debajo de él, se alcanzaba a percibir algo que brillaba, como la
tapa de un cofre. Tomé la escoba y moví su cuerpo. Empecé a barrer para despejar la caja. La alcé y al destaparla había un
manuscrito que rezaba:
"Uno a uno caerán.
Violaron nuestra tierra…
La desangraron.
No pidieron permiso…
No preguntaron.
El gran espíritu se ha levantado.
Todos los reinos se han pronunciado.
No quedará en pie,
ningún colono que hoy habite este espacio.
Reino animal...¡Actúe!
Reino vegetal...
La sentencia ha sido dada.
¡Fuera blancos de nuestras tierras!"
En ese momento caí desmayada. Desperté y supe que me habían trasladado de urgencias al hospital de la capital desde la petrolera, que había estado 15 días en cuidados intensivos y que nadie me había acompañado.
@Lapuente