Recibí con mucho aprecio a la doctora Leila, quien regresaba de la ecoaldea que lideraba en la Sierra Nevada. Ella venía solo a vender la finca que tenía en las afueras de la capital. Parte del dinero sería para enviarlo a sus hijos que vivían en Europa y parte para ella y su proyecto de vida en medio de la selva. La sociedad que le quería comprar su predio, le ofrecía muy por debajo del monto que ella solicitaba pero a cambio le entregaría, en el momento de la firma de los papeles, el dinero completo y en efectivo. Ellos tenían pensado en convertir la finca en un adefesio para eventos, fiestas y conferencias, muy a pesar mío, que llevaba diez años de capataz conservando ese lugar.
Faltando un día para la venta, muy
temprano se presentó una inesperada fuga de agua en el antiguo tubo que la
finca poseía. Alarmada llamé a la empresa de acueducto que envió un técnico solo
hasta la tarde. Una vez el hombre revisó el desperfecto, no solo cortó el
servicio, exigió cambiar el tubo y renovar el contador, sino que además, expidió
una factura por $3.500.000 para realizar dicho trabajo. Se requería el paz y salvo de todos los
servicios para poder vender el inmueble, por lo que la doctora me pidió el
favor de pagar al día siguiente, para poder hacer el negocio sin problemas.
Madrugué con los $3.500.000 COP en efectivo
metidos en un sobre de manila en mi cartera, con un mal presentimiento en mi corazón.
Tomé el primer bus de la vereda a la carretera principal y luego el segundo, de allí al centro del pueblo, para llegar a hacer la fila en el banco. Mientras
tanto a la doctora la recogía el conductor contratado por la sociedad para llevarla
a la notaría en la capital donde se firmarían los documentos y se haría la
entrega del dinero. Ella con su halo de fe, seguramente confiaba en que todo
iba a salir bien. Ya me la imaginaba en el auto con cara feliz, ¡ja! me
molestaba tanto su optimismo.
El banco abrió sus puertas después
de 30 minutos y cuando fui a pagar, el sobre ya no estaba en mi cartera. “Juemadre
¿Por qué me pasa esto a mi?” pensé y casi muero, me zumbaron los oídos y creí
perder la razón. Mientras lloraba y conjeturaba toda suerte de posibilidades, decidí
devolverme sobre mis pasos con la absoluta convicción de que todo estaba
perdido. Por el camino de regreso no encontré nada, eché las mil madres hasta
que me animé a marcarle a la doctora y le conté. Ella con su serenidad de
siempre y su voz melodiosa insistió en que siguiera buscando, que por algún
lado estaría.
–Yo no he llegado aún a la capital, me
comentó. -Hay tiempo querida, ya veremos qué pasa, ¡confía!
¿Confía? ¡Cómo no!... Al llegar al paradero del primer bus sobre la carretera principal, donde había estado unas horas antes, me puse a mirar entre el pasto crecido, que estaba húmedo por una lluvia que acababa de pasar. Caminé de un lado a otro, me volví flecos las botas y entre rezos y maldiciones fui apartando las matas con un tronco y moviendo papeles y plásticos. De repente vi un periódico doblado. Me acerqué pidiéndole al que fuera un poco de misericordia, mientras que levantaba el diario. Debajo de este, estaba el desgraciado sobre de manila y allí todo el jodido dinero. Lloré de la emoción, besé el sobre y empecé a creer en los ángeles de la guarda, desde ese instante.
Ya iba a darle la noticia a la doctora por teléfono cuando me
topé con en el titular del periódico: ¡Ojo con la banda de estafadores de
predios que actúan en varios departamentos! El artículo palabras más, palabras
menos, hablaba de que ya había en poder de las autoridades muchas denuncias de una
sociedad que ofrecía comprar en efectivo los predios con documentos y dinero
falso para cerrar los negocios.
-¿Pero qué diablos? ¿Cómo es
posible? dije en voz alta. - ¿Esto me está pasando a mi?
Le volvía marcar a la doctora. Le
conté las buenas y malas noticias y ella se quedó en silencio.
-¡Qué hacemos doctora! Le dije pensando solo en lo malo. ¿Qué tal que
esas personas la roben o estén armadas?
–Bertica, tu ve a pagar ese dinero ya que apareció, me contestó susurrando...
-¡Cálmate mujer! y mira ya tu whatsapp. Colgó. Luego me escribió que llamara a la policía y les diera la dirección de la notaría para ver si podían atrapar a esos delincuentes con las manos en la masa. Lo hice. Al llegar la doctora al despacho y en el segundo piso, las cuatro personas que conformaban la dichosa sociedad la esperaban con su abogado. Se sentaron a la mesa y le mostraron, a vuelo de pájaro, el maletín con el dinero y procedieron a entregarle los documentos para que leyera y firmara. –Denme unos veinte minutos, dijo ella, -que me hace falta el paz y salvo del servicio del agua. Ellos no tuvieron reparo y pidieron unos cafés mientras que la doctora supuestamente leía los papeles y esperaba el certificado.
Cuando el teniente Rojas me llamó
para informarme que ya estaba en la notaría pero que iba a entrar en principio,
como si fuera un cliente, yo acababa de salir del banco de pagar la factura y
me dirigía hacía la empresa de servicio para que los técnicos fueran a hacer su
trabajo y me dieran el paz y salvo. Le escribí a la doctora poniéndola al tanto
y ella quedó atenta recordándome que estaba en el piso dos. El teniente
preguntó por el notario con nombre propio y de inmediato lo hicieron pasar a su
oficina. Le informó al hombre, sobre lo que estaba por ocurrir con la presunta
banda de estafadores. El notario subió a verificar el negocio y preguntó cómo
iba todo. El abogado de la sociedad le comentó que faltaba un documento y que en
un momento firmarían las escrituras. El notario tomó algunos papeles de la
sociedad y se dio cuenta que en ellos aparecían serias inconsistencias.
Se llevó un momento los papeles a
la oficina con la promesa de firmarlos y se los mostró al teniente, que lo esperaba, quien procedió
a llamar a dos policías más. Ya los agentes en el segundo piso, confirmaron que
efectivamente era la banda buscada y procedieron a detenerlos. En el maletín millones
de pesos falsos. Como sería que hasta su abogado quedó sin argumentos frente al
procedimiento policial.
Días después los jueces necesitaron
a la doctora como testigo y sumaron su testimonio, a los otros que ya pesaban
sobre las cuatro personas. Finalmente no hubo venta de la finca y la doctora
tuvo que quedarse hasta que no la requirieron más. El día de su
partida, me encargó la finca de nuevo, me dio tantas veces las gracias por
haberla salvado de esos malhechores, que ya me tenía un poco mareada y me hizo
saber que estaba atenta a nuevas propuestas de compra y sonrió. ¿Cúal es su bobada con esa risita? pensé.
Fue cuando el teniente Rojas me
llamó para contarme que me esperaban en la inspección donde me darían una
recompensa por la denuncia de esos delincuentes. Era dinero donado por los afectados en
su momento, para incentivar la pronta captura.
–Muchas gracias teniente allí estaré, ¡qué alegría, por fin me pasa algo bueno!
–Le haremos una transferencia a
una cuenta porque es una suma considerable, pero tendrá que venir a firmar el
recibo.
-Claro que sí, pero luego…de cuánto
dinero estamos hablamos le pregunté y me quedé de una sola pieza, allí parada
como una idiota, al enterarme de que el valor era exactamente el mismo que la
doctora pedía por su finca.
Cuando la miré para contarle,
ella me hizo un guiño y asintiendo con la cabeza, sonrió.
@Lapuente
Caricatura tomada de la página web: https://revistaideele.com/ideele/content/el-diablo-como-identidad-secreta-de-dios
Fotografía tomada de la web de la notaria 24