Después de seis meses, ese día el
tipo me dijo por fin que me amaba. Corrí como loca al parque a tan ansiado encuentro,
llena de lágrimas de emoción que me brotaban sin parar. Aparecí antes y me acomodé en la panadería
para tomar una gaseosa e inspeccionar el lugar. Largos minutos, una llovizna pasajera
y de repente lo vi, sí, lo vi cuando llegó. Se detuvo en la mitad de la
plazoleta, vestido de jean con chaqueta de cuero. Mi corazón comenzó a palpitar
y me temblaron las manos. Una sombrilla abierta tapaba su rostro y cargaba rosas
y chocolates. ¡Tan romántico!
Pagué. Ya me disponía a salir y
porque algunos rayos de sol se asomaron, “mi cita”, cerró su paraguas y… ¡oh
desolación y vacío!... era un anciano como de 60 años. ¡Desgraciado, viejo
verde! dije en voz baja, eso me pasa por buscar por internet. Con el celular le
tomé varias fotos sin que el hombre notara mi presencia. Marqué el 123 y de pronto…
el tipo abrió los brazos y corrió hacia una mujer de mediana edad que venía a
su encuentro. La abrazó totalmente extasiado.
-Policía nacional… ¿buenas
tardes?
-Perdón, disculpe… ¡fue un error!... Colgué.
Caminé ya más tranquila hacia el
único banco de madera, lo sequé con servilletas y me senté a esperar, mirando de
un lado para el otro, casi rogándole al universo para que apareciera pronto. Después
del paso de las horas y aun con la escena fresca de los amantes adultos
mayores en mi mente, envidié a esa mujer por el conmovedor encuentro con su
hombre y lloré porque el mío no llegaba.
Lo llamé a su teléfono y no
contestó, le envié mensajes y ni los miró.
Sería que… ¿me vio y se arrepintió?, ¿me engañó? o… acaso ¿murió?
@Lapuente
¿Qué por qué estudio literatura?... pues por el profe Edgar, por qué más. Llegó a mi pueblito allá en el Meta. Al
principio fue algo tímido y despistado. Se notaba que era de la gran ciudad por
sus finas maneras. Gentilmente se interesó por nosotros que éramos 20 chicos
bastante ignorantes. Apenas si sabíamos leer y escribir. Desde el primer día se
aprendió nuestros nombres y empezó a visitar por las veredas a nuestros padres
o familiares para saber cómo vivíamos y cuál era nuestra situación.
Hizo el esfuerzo por conseguirnos valiosos libros y nos
armó una biblioteca en la escuela. Nos contaba anécdotas, nos leía cuentos, nos
hacía escribir sobre todo lo que nos pasaba y luego narrarlo a los demás. Nos clasificó al encuentro
departamental de deletreo y dos de nuestros relatos, participaron en el concurso
nacional infantil y juvenil de cuentos. En menos de un año había logrado lo que
ningún otro maestro, convertirnos en relatores
de nuestras propias historias.
La mañana en que llegó “el
verdadero” profesor Edgar a la alcaldía, anunció que el hombre que se hacía
pasar por maestro de lenguaje era un estafador. "El desgraciado" le había robado su
identidad para huir de la fiscalía. Corrimos entonces con Martín el hijo del alcalde a
la casita donde el "pseudo maestro" se hospedaba. Allí nos confesó la verdad. Su nombre era Mateo
Wiesner, había estudiado finanzas y en su afán de conseguir dinero con bitcoins
perdió una suma importante de varios inversores y lo denunciaron. Según él, utilizó
varias artimañas con las que engañó al licenciado Edgar Pinto y luego se hizo pasar por él.
-¡Perdónenme chicos soy un impostor!
Nos dijo con tristeza.
Ese día le ayudamos a empacar las
maletas y a escapar por una ruta corta que conocíamos hacía Arauca donde tomaría
un bus a Venezuela. Ni mis amigos ni
yo supimos más del hombre que le dio sentido a nuestra existencia, al único y
verdadero conocedor de la lengua española… el Profe Edgar.
@Lapuente