El "deber" en el siglo XXI

Mientras mi mente trataba de anticiparse para organizar la logística del día, mirando de reojo la lista de cosas por hacer, empecé a inquietarme con el sonido que producía el agua mientras lavaba la loza del desayuno. El roce con los platos y con la esponjilla se amplificó hasta tal punto que llevé las manos mojadas a mis oídos para taparlos. Con la cara llena de espuma y con las gotas heladas que se colaban por mi ropa traté de alcanzar la llave para cerrarla. Súbitamente todo se detuvo y el ruido que hacía solo unos segundos me carcomía, se convirtió en un silencio imperturbable. Lo único que se movió fue una figura azul que se asomó por la llave.  El líquido había tomado forma fantasmal y elevándose voló por entre las ollas, los platos y el diminuto espacio entre la cocina y la lavandería y terminó envolviéndome como una serpiente. 

Sin casi poder respirar y con el olor y el sabor del detergente en mi boca, mi perro ladró efusivamente, trayéndome de nuevo a la conciencia. Y allí al lado del lavaplatos, nadaba en un mar de espuma que salía por la lavadora cercana, tal vez por el exceso de jabón, mientras que de la estufa emanaba un humo del perol que había dejado calentando y que ahora se quemaba. 

Horacio se metió entra la bruma y aunque no lo vi claramente, sentí su forcejeo. Luego una pelea descomunal que me estremeció, ladridos y mordeduras y la serpiente de agua que todavía me abrazaba, de golpe se rompió en miles de gotas y llovió dentro de mi apartamento. 

Ahora olía a gas y alcancé a arrodillarme para cerrar el registro, dos vueltas y caí mareada mientras que mi perro me arrastraba.  Los bomberos llegaron pronto y yo aturdida pero aun tratando de anticiparme a la logística del día y sin querer analizar lo acontecido, alcancé la lista mojada de cosas por hacer que colgaba de la nevera y empecé a repasarla para que nada se me fuera a olvidar.

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