Siempre rastreros

Quería que nos independizáramos del Rey. Él tenía un vasto dominio, producto de su intimidante apariencia y su temible veneno. Nosotros, la mayoría frágiles y sensibles, éramos fácilmente sometidos a vejámenes a cambio de no morir bajo los efectos de su rabia. Ya sabíamos de sus patrañas y había llegado el momento de dejar de ser tan rastreros, unirnos y liberarnos.

Hablé con mis compañeros y la mayoría de ellos estuvo de acuerdo con que, ante un trato tan violento, los reptiles pasarían a la lista de especies en peligro de extinción. Era necesario poner al bellaco en su lugar, aunque ni las dudosas autoridades “mamíferas” lo hubieran logrado.

De 50 dominados, en la zona árida principal, solo logré que 15 se unieran a mi idea. Pero incluso los que estuvieron en principio conmigo, empezaron a dudarlo después, como si el Rey estuviera amenazando sus existencias:

-¿Pero qué hay de malo en trabajar tanto? al fin y al cabo, tenemos para alimentar a nuestras familias -dijo la lagartija.-

-No me veo sobreviviendo por mi propia cuenta y no tengo otra opción, así que ya no estoy contigo, -comentó la tortuga.-

-No tengo a nadie a quien mantener, lo que me da el Rey, me alcanza y me sobra, -sentenció la iguana.-

-El Rey no es tan malo, nos exige sí, pero cuando ya estamos enfermos nos da medio día para descansar -dijo la salamandra. - Y así, se fueron dando otras tantas estúpidas excusas que llenaron mi copa.

Al final, tuvimos el coraje de subir a su pocilga los 8 ilusos que quedábamos y allí nos declaramos ingenuamente… "libres". Le achacamos todas sus violaciones y le advertimos que lo llevaríamos a los tribunales humanos. Se rio en nuestras caras, mostrando sus podridos dientes y nos recordó que él era literalmente “el Rey”. Nos sacó a insultos de su cueva inmunda, donde fuimos escoltados al desierto a punta de nocivos escupitajos de sus agentes de seguridad. Eran igualitos a él, pero paradójicamente más oprimidos que nosotros.

No nos desanimamos, los días pasaron y los 8 nos extendimos por los terrenos subyugados para despertar a esos “otros esclavos”. Los abordamos con argumentos, pero nos sentimos como en la “patria boba”, aún dependientes del opresor y con rastreros cómplices dentro de los oprimidos… todos anestesiados y cediendo ante el Rey por física angustia. Igual, seguíamos adelante a pesar de los obstáculos, haciendo mella en sus precarias conciencias.

Cuando el “jefe de Komodo” se intimidó por nuestra avanzada y le fueron llegando mensajes de sublevación, puso en marcha su máxima estrategia: escogió entre sus cómplices los de lenguas viperinas. Ellos a punta de malentendidos y mentiras, instaron a animales, que habían convivido por siglos y sin problemas, a dañarse entre sí. Así dividió la zona en guetos para “protegerlos de tanta inseguridad” y puso a las iguanitas por aquí, a los lagartos por allá, a las tortugas abajo, a los cocodrilos arriba, a los camaleones al lado y dividió los terrenos con alambres de púas.

El dictador mientras tanto gozó de ese precioso caos, que era la cortina de humo perfecta para que nadie pusiera en evidencia sus fechorías. Todos desconfiamos de todos, muchos se sumaron al trabajo de los guardias, pero lo que pocos sabían era que esta estratagema era minuciosamente fabricada.

A los 8 ilusos nos montaron una ofensiva, nos persiguieron, atacaron, nos llamaron rebeldes, nos torturaron y más encima el destino nos terminó de castigar por ciegos y patéticos. “El Conde”, dragón de Komodo más descomunal que había visto en la vida, apareció venido de otras tierras; muchos decían que había escapado de una jaula hecha por humanos. De inmediato le declaró la guerra al Rey con la excusa de acabar con su poder y “salvarnos”.

La impresionante batalla entre estos dos especímenes acabó a los cinco días, cuando “El Conde” le quitó la vida al Rey, de la misma manera que el Rey había matado a otros, mordiendo y golpeando con su pesada cola. Ante su cadáver se rio como lo hiciera el dictador con nosotros en su cueva y ese triunfo hizo creer a los inocentes reptiles, que su vida cambiaría para bien. 

Pero árbol que nace torcido jamás su rama endereza, así que cuando “El Conde” se sentó triunfante en el macabro trono de su antecesor, la primera orden que dio a los azorados guardias fue la de aniquilar a los que, en el pasado, hubiesen mostrado un asomo de rebelión contra el Rey y la segunda orden, la de elevar 5 metros los muros entre los guetos.

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Dejo este testimonio en las celdas de ultratumba que hay en el desierto, antes de que los 8 ilusos y una centena más, a los que les habíamos abierto los ojos, fuéramos ajusticiados a la vista de todo el reino.

¿Si lo encuentras, qué vas a hacer con esto?

©LaPuente