Muy temprano entró imponente al hogar geriátrico. Tanta soberbia no pudo ser contenida ni por el guardia, que era más bien chaparro y lento.
Adentro, caminó con confianza a través del hall con su capa larga, llamando la atención de los achacados adultos mayores. Empujó con desdén la puerta de la cocina para encontrarse con Eva Luna, la enfermera jefe, quien quitaba una pequeña mancha de su uniforme blanco.
-¡Vengo a despedirla!- gritó el hombre con una voz
omnipotente.
-¡Ay que susto doctor Levi! ¿Pero cómo entró aquí?
-No cumplió su parte y ya sabe lo que pasa si contraviene el
contrato.
-¡Silencio por favor! Le devolveré el dinero, pero no me
arme un show aquí delante de mis pacientes.
-¿Silencio?.. Usted ya se gastó ese dinero, ¡inepta!, así que no me pida que me calle.
Para ese momento, por las ventanas de la cocina se asomaban los ancianos siguiendo con atención la pelea:
-¡No moleste a nuestra enfermera!- dijo inocentemente uno.
-¡Llamaremos a la policía, usted está en
propiedad ajena!- gritó el otro… pero el
hombre los ignoró, tomando a la enfermera por el cuello y levantándola, como si
aquella, fuese una delicada pluma blanca.
-¡Déjala Levi! interrumpió una angelical anciana que entró
por la puerta. -Este no es el sitio para venir a importunar.
-¡Aléjate Morticia! haré con ella lo que me plazca. Cuando
me vendió su conciencia puso en juego su integridad y ahora la muy estúpida está
arrepentida.
Mientras tanto, los ancianos observaban aterrados a la “débil
señorita Morticia”. Se pasaba los días en su silla de ruedas con la mirada perdida.
Nunca hablaba con nadie, pero ahora, parecía un roble defendiendo a la
enfermera.
-¡No Levi!- insistió Morticia -¡No es la forma, libérala y vete por
favor!
-¡Bien! entonces lo mínimo que haré es ponerla en evidencia con todos estos viejos, que creen en la “santidad de su enfermerita”.
Levi soltó bruscamente a la mujer quien cayó adolorida al piso,
mientras empezó a acusarla:
-Esta Eva Luna, sí, “su gentil enfermera”, que cada día los
cuida y los protege “amorosamente”, en realidad les viene suministrando unos
medicamentos para la demencia, que está probando para una famosa farmacéutica y ustedes, ilusos, son sus conejillos
de indias. Le pagan una fortuna por ello.
Los murmullos no se hicieron esperar llenando todo el lugar. -¿Es verdad jefe Eva Luna, es verdad?- gritaron decepcionados los testigos, ante la cara pálida y
avergonzada de la mujer.
-¡Es cierto! pero les juro que hace un tiempo lo dejé de hacer. ¡Perdónenme!
-¿Y tú lo sabías Morticia?
-Si Levi, yo lo presentía por eso intercedí, en algunos
casos, para evitar que esos medicamentos dañaran irreparablemente a mis
compañeros.
-¡Señorita Morticia por Dios! ¿Usted estaba enterada de esto?
¿Conocía al doctor Levi? – gritó la mujer aterrada.
-¡Márchate Levi! ya la pusiste en evidencia ahora déjala en
paz. ¡Mira como la tienes!
-Me iré Morticia, pero de hoy… no pasa Eva Luna. El individuo salió como entró, altivo y malgeniado, echando pestes contra todos.
-¡Gracias señorita Morticia!- dijo Eva Luna llorando, mientras
se ponía de pie y revisaba que su uniforme blanco estuviera intacto. -!Me ha salvado del demonio!
-¡Cuidado, querida! yo apenas hice lo que podía. ¡Y a todos, atención! les pido, que dejemos
que nuestra enfermera jefe, trabaje hoy tranquila. Ella ya ha tomado conciencia
de sus actos y está tratando de saldarlos. ¡Hay que darle una oportunidad!
Aplacados los ancianos, con aquella voz melodiosa y casi desconocida de su otrora ignorada compañera, la enfermera pudo hacer lo suyo sin perturbación, a lo largo del día. Los acompañó, los atendió, los bañó y vistió, supervisó su comida y sus medicamentos recetados, lo mismo que sus terapias y actividades. A las 7:00 de la noche, exhausta, ya estaba lista para salir.
Morticia sentada en su silla de ruedas y extremadamente atenta a sus movimientos le advirtió: -¡Eva Luna, mi hijita, pida un taxi! no se vaya a su casa de otra manera, usted está amenazada y esas cosas hay que tomarlas con seriedad.
-¿Será señorita? ¡Caray!… Le haré caso. Le debo mucho señorita, le
prometo a usted y a todos que mañana cuando venga la directora, le pondré al tanto del
tema y será ella quien decida qué hacer conmigo.
Se despidieron de beso mientras que Eva Luna se ponía su abrigo sobre el uniforme blanco, cuando el guardia le avisó que el taxi la esperaba afuera.
-¿A dónde la llevo señorita?- La enfermera le dio su dirección y
tomaron de inmediato la autopista a toda velocidad, en medio de una noche muy oscura.
-¡Señor más despacio! ¿Quiere acaso matarme?
Al lado del conductor, se asomó su copiloto con un extraño gesto. Era Morticia rejuvenecida y radiante con un traje de fiesta.
-¿Señorita Morticia es usted? pero… ¿Cómo?- tartamudeo la mujer
asustada.
-Si borreguita perdida, soy yo, pero tranquila... Quiero que conozcas al ser al que le pertenece mi corazón. Es el doctor Levi. Celebraremos mmmm, ya no sé cuántos siglos de amor puro.
-¿Doctor Levi?... ¿Quiénes son ustedes?
-Ya nos conoces tontita, ¡jajajaja! - rió Morticia excitada… -¡Acelera Levi, acelera, que ya quiero disfrutar del alma de este regalito empacado de blanco!
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