La víbora venenosa

Después de leernos la carta de mi alguna vez adorado padre, el viejo campesino recio y luchador, se había caído del pedestal en que lo había mantenido desde que era un crío.

“Don Rufino el desplazado”, que había sufrido la pérdida trágica de mi madre, que tuvo que salir con sus cuatro hijos del rancho adquirido con el sudor de sus frentes (de él y mi madre) y dejarme en casa de la abuela, mientras que con los otros tres se iba a la ciudad a arriesgarse con apenas unos pesos en el bolsillo...

El tipo buen mozo y fortachón que solo sabía, o eso creía yo, del campo, de sembrados y animales, encontró rápidamente a una joven mujer que resultó ser la heredera de unos terrenos baldíos y se decidió a conquistarla con tanto ahínco, que ella cayó rendida ante sus encantos. Totalmente enamorada, la ilusa, terminó por permitirle parcelar sus tierritas, para ofrecerlas en venta a otros desplazados como él.

En pocos años mi padre pasó de dormir en una pieza inmunda, con mis tres hermanos, a tener apartamentos, locales, vehículos y Dios sabe qué tantas mas cosas. Tiempo después la chica, Rosa del Sol, desapareció y don Rufino se hizo al resto de sus terrenos, que siguió dividiendo y ofreciendo sin escrúpulos.

A mi abuela le enviaba muy poco para mi manutención y le hizo creer, que estaba en la pobreza absoluta.  ¡Ah! pero cuando yo, ya estaba grande y gané el premio mayor de la lotería, no sé por qué, pero ahí sí se apareció en la casa y nos llevó una moto y un par de vacas de regalo.

Como era tanto dinero, le insistí en que yo le daría una parte, pero que la otra sería para sembrar cacao, negocio que tenía mucho futuro. Mi padre me hizo saber que solo necesitaría una cantidad que equivalía a un seguro para pagar por anticipado la carrera de derecho para mis hermanos, en una prestigiosa universidad.

Yo adquirí la póliza, feliz de que “el jefe de la familia” pensará en el futuro de su descendencia y les asegurara una vida digna y con oportunidades. Mientras tanto el viejo se encargó de meterles a los chicos, la idea de que lo único que valía la pena en la vida era ser abogado, de tal manera que cuando se graduaron del colegio pasaron derechito a la universidad, sin dudarlo un solo instante.

Sin embargo, el viejo entró en un declive en donde trató a toda costa de mantener las apariencias, pero él ya sabía en el gran problema en que se había metido, cuando los compradores de los lotes lo demandaron por estafa. Eso sumado a que encontraron en el humedal cercano los restos en una bolsa, de aquella mujer desaparecida hacía años, convirtiéndolo en el principal sospechoso de su asesinato.

Hábilmente todo lo que había adquirido por concepto de las fraudulentas ventas, lo puso en manos de un abogado y me hizo viajar con la abuela hasta su apartamento para entregarme algunos papeles, asegurando que si algo le pasaba, él dejaría un testamento con las directrices sobre su patrimonio.

Obligó a mi abuela a quedarse y cuidar de mis hermanos y se fue conmigo al monte, donde una mañana salió a mirar el avance del sembradío y simplemente se esfumó sin que volviéramos a saber nada de él.



Mis hermanos se fueron graduando uno a uno, tuve mi primera cosecha exitosa de cacao y mi abuela de tanta ciudad se le subieron los humos a la cabeza.  Fue entonces cuando el abogado que había contratado don Rufino, nos trajo la noticia de que, a mi padre en plena selva, lo había mordido letalmente una víbora venenosa.

“El doctor Merchán” se reunió con toda la familia para contarnos sobre la última voluntad de don Rufino y fue cuando nos leyó “la carta”:

Queridos hijos:

Les he dejado todo lo que tengo en un fondo y el abogado lo repartirá equitativamente entre ustedes cuatro y su abuela.

Ya que tres de ustedes estudiaron derecho, deberán buscar la manera de que no les quiten nada por los supuestos “malos actos” que yo cometí en el pasado. Supe del infortunado desalojo de los desplazados, a los que yo les vendí las tierras con la buena intención de que tuvieran una segunda oportunidad en la ciudad.

También llegaron a mis oídos que aparecieron los restos de la adorada Rosa del Sol. Me culpan de su muerte, pero yo no me acuerdo de haberle hecho nada. Ella, como su madre, era más bien un poco histérica y de pronto eso las llevó a ambas al suicidio.

Yo no fui perfecto, pero todo lo que hice fue pensando en ustedes para que nunca les faltara nada, ni sufrieran como yo, la violencia y el desarraigo.

Luchen hijos, no permitan que les quiten lo que yo gané con tanto esfuerzo. Busquen que las leyes estén siempre a su favor, dejando en alto el nombre de esa universidad donde estudiaron y el apellido de nuestra familia.

El abogado Merchán les entregará todos los documentos y de ahí en adelante ustedes serán su propia salvación.

Atentamente,

Rufino Alcázar


©LaPuente

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