En esos días yo vivía en un condominio de casas, a las afueras de la ciudad. Desde mi habitación veía todos los patios de mis vecinos separados por muros bajos y pinos podados y sentado en frente de mi escritorio, me inspiraba con el paisaje de la montaña para hacer mis trabajos universitarios.
La tarde nublada de ese jueves de mayo, estaba escribiendo un ensayo para mi examen final del semestre, mientras que me tomaba una bebida fría y comía un sanduche. Una voz de niña, un tanto desentonada llamó mi atención, me puse de pie para mirar por la ventana y la pequeña de la casa de al lado, con sus ojos dirigidos hacia la puerta del depósito (un cuarto en cada patio donde se guardaban chécheres) cantaba a todo pulmón una canción de Shakira: “ te aviso y te anunció que hoy renunció, a tus negocios sucios”… en plena algarabía se acercó y marcó una clave sobre el teclado electrónico que abrió de inmediato la puerta. Adentro solo oscuridad. Aún así la chica ingresó entonando el coro pero luego calló... unos segundos después salió corriendo y se metió a su casa.
Ella
que desaparece y del depósito sale un ruido infernal de trompetas. No era una
melodía, era un sonido desgarrador y entre cortado, que me hizo erizar la piel. Me di cuenta entonces, que las puertas de los depósitos de los patios que yo alcanza
a ver, empezaron a vibrar abriéndose bruscamente y en un momento al unísono,
desde todos los cuartos de chécheres, se emitió un sonido macabro que invadió el
condominio.
La alarma de emergencia se activó y una voz pre grabada nos indicó a todos los residentes, evacuar nuestras casas y dirigirnos al salón de eventos. Sin embargo entre las trompetas, la alarma y la voz, sentí tal presión que al girarme para emprender la huida y agarrar el celular que se estaba cargando, terminé por tirar la bebida fría de chocolate sobre mi ensayo, me golpeé con la cama, tropecé con el muro y cuando salí de mi habitación, me estrellé con la empleada, pálida y angustiada, quien también hacia su esfuerzo por alcanzar la salida.
Ya
afuera, y en un día entre semana, solo me topé con niños cuyas mucamas intentaban
tranquilizarlos, jóvenes gritando y alguna que otra ama de casa entaconada y
emperifollada con cara de angustia. Eso si todos caminando con prisa hacia el
salón y con las manos tapándose los oídos. Alrededor de nosotros dos o tres
hombres en moto que creí que hacían parte de la vigilancia, recorriendo el
lugar seguramente para dar con el origen del suceso.
Dentro
del salón el sonido todavía era sobrecogedor y cuando no hubo ya nadie más que
ingresara, el administrador del condominio, un hombre de mediana edad con aspecto
militar, cerró la puerta desde adentro, bajó las persianas y nos pidió gritando
que nos sentáramos en las sillas y esperáramos, pues ya se le había dado aviso
a la policía. Mientras nos acomodábamos y al tratar de llamar por el móvil, noté
que no tenía señal, las mujeres que estaban a mi lado hicieron lo mismo pero tampoco
les salía la llamada, estábamos bloqueados.
Todo el
loco ruido se detuvo de golpe para generar un silencio prolongado, luego
escuchamos como disparos y de nuevo se
activaron los altavoces del lugar con la canción de Shakira, que la niña había cantado
al lado de mi patio. Giré para buscar entre la gente a la pequeña y estaba allá,
al fondo con una especie de boquitoqui en la mano, nadie la acompañaba. Caminé
hacia ella y cuando me vio aproximarme, guardó el aparato en un bolso bordado
que cargaba.
